Introducción

Todos los seres sintientes tenemos la capacidad de sufrir y disfrutar, de tener experiencias afectivas, por lo que somos sujetos de vidas significativas que pueden ser perjudicadas y beneficiadas. En las granjas, los intereses de los animales no humanos explotados pueden ser vulnerados de múltiples formas: imposibilidad de realizar comportamientos importantes, dolor asociado a prácticas rutinarias de manejo, estrés social debido a la inestabilidad de los grupos, predisposición a lesiones y enfermedades, frustración, aburrimiento, miedo, sin olvidar una muerte prematura e innecesaria. Por tanto, la consideración del bienestar experiencial de los animales explotados es motivo suficiente para justificar el rechazo a la práctica ganadera. Sin embargo, la explotación de animales se cuenta también entre las causas que sustentan amenazas para el bienestar de los seres humanos, como la crisis climática o las enfermedades infecciosas emergentes. Cabe añadir que estas amenazas son a su vez amplificadoras de los perjuicios que supone la ganadería para los animales no humanos, pues tienen repercusiones en los hábitats salvajes y se encuentran asociadas a prácticas preventivas como la matanza masiva de animales. En este artículo se revisan algunos de los puntos clave relativos a la relación entre consumo de animales y enfermedades zoonóticas emergentes según la revisión científica realizada por los investigadores Romain Espinosa, Damian Tago y Nicolas Treich publicada en la revista Environmental and Resource Economics el pasado agosto de 2020.

Explotación de animales y enfermedades infecciosas

Alrededor del 75% de las enfermedades infecciosas son zoonóticas, es decir, enfermedades transmisibles entre animales humanos y no humanos. Las zoonosis causan aproximadamente mil millones de casos de enfermedad en seres humanos y millones de muertes cada año (Karesh et al., 2012). Espinosa y colaboradores (2020) afirman que aunque la actual pandemia de coronavirus es muy específica y sin precedente, no debería ser considerada anómala o inesperada, o simplemente atribuida a la “mala suerte”. En esta línea, Mike Davis, sociólogo, historiador, teórico urbano y activista político, recuerda que

“la amenaza de un estallido de gripe aviar y su propagación mundial continúa siendo <<inminente>>. El monstruo de la gripe original, la cepa H5N1, cuenta en estos momentos con unos hermanos aviares aún más letales -H7N9 y H9N2- y, tal como advierte la Organización Mundial de la Salud (OMS), los virus de la gripe disponen de un <<vasto reservorio silencioso en las aves acuáticas, y su erradicación es imposible>>” (2020, p. 10).

Durante la redacción de este artículo, Francia anunció la matanza de 600.000 patos con el objetivo de controlar los focos de influenza aviar concentrados en los departamentos de las Landas. Los brotes corresponden a la cepa altamente patógena H5N8. No se han reportado infecciones humanas de la cepa H5N8, sin embargo, la OMS explica que “los virus de la gripe aviar deben vigilarse de cerca porque pueden mutar, lo que puede dar lugar a virus que pueden pasar de animales a humanos (capacidad zoonótica)”.

Explotación industrial de patos, Australia. Créditos: We Animals Archive

 

Entre 2011 y 2018, la OMS registró 1483 eventos pandémicos en 172 países (GPMB, 2019) y han sido declaradas seis emergencias de salud pública de preocupación internacional desde 2009. La ganadería juega un rol preponderante en la emergencia y propagación de patógenos zoonóticos, dado que muchas enfermedades infecciosas comunes llegan a los seres humanos a través de los animales domesticados. En las siguientes secciones se disecciona el riesgo zoonótico asociado a las diferentes modalidades de explotación ganadera.

Ganadería intensiva

La elevada concentración de individuos y la homogeneidad genética de los animales explotados, hacen que aunque la ganadería intensiva presente una probabilidad reducida de un primer contagio, las consecuencias de las enfermedades infecciosas sean más severas (Graham et al., 2008; Cutler et al., 2010; Dhingra et al., 2018). La proximidad genética y la elevada densidad de individuos ofrecen las condiciones ideales para la mutación y evolución de los patógenos, lo que incrementa el riesgo de aparición de una variante transmisible a los seres humanos. Como consecuencia, se añade una práctica más al entramado especista que atrapa a los animales explotados: para evitar el riesgo de transmisión a los seres humanos, así como la dispersión a otras granjas, una vez detectado un individuo infectado se suele recurrir a la matanza de todos los animales. Por ejemplo, más de 230 millones de aves murieron o fueron matadas durante la epidemia de gripe aviar H5N1 debido a la enfermedad o como consecuencia de las medidas contra la epizoonosis (Karesh et al., 2012). Además, con el objetivo de minimizar riesgos, también se recurre a la matanza de animales que viven en la naturaleza cerca de las granjas en que se hayan identificado individuos infectados, tal y como sucedió con la peste porcina africana y la matanza de jabalíes o la tuberculosis bovina y la matanza de tejones.

No deben pasar desapercibidas las condiciones en las que estos animales son criados y transportados. Una de las consecuencias del estrés al que se les somete es la debilitación de su sistema inmunitario, lo que incrementa el riesgo de infección (El-Lethey et al., 2003; Rostagno, 2009). La inmunodeficiencia de los animales explotados se contrarresta con el uso de fármacos antimicrobianos, lo que a su vez puede suprimir el sistema inmune de los animales (Yang et al., 2017), facilita la aparición de patógenos resistentes a antimicrobianos (Gorbach, 2001; Laxminarayan et al., 2013; Rohr et al., 2019) y contamina el entorno de manera directa o indirecta a través del sistema de desagüe, incrementando el riesgo de emergencia de cepas resistentes tanto en animales humanos como en no humanos (O’Neill, 2015).

Finalmente y en relación al efecto asociado al transporte de animales, cabe destacar que el traslado de larga distancia de animales vivos, muertos o trozos de cadáveres incrementa el riesgo y la velocidad de transmisión de enfermedades (Di Nardo et al., 2011), como fue el caso de la peste porcina africana en China (Wang et al., 2013) o de la gripe A a nivel global (Nelson et al., 2015).

De la ganadería de traspatio a los sistemas extensivos o semi-intensivos

El riesgo de brote asociado a la ganadería familiar o de traspatio es el resultado de un mayor contacto entre los animales domesticados explotados y los animales que viven en la naturaleza (Henning et al., 2011; Wang et al., 2013). En relación a los sistemas extensivos o semi-intensivos, Espinosa y colaboradores (2020) afirman que presentan las desventajas tanto de los sistemas intensivos como las de los tradicionales. Por una parte, pueden estar asociados a transporte de animales, homogeneidad genética, uso profiláctico de antimicrobianos o deforestación. Por otro lado, los animales explotados se encuentran en mayor proximidad a los animales que viven en la naturaleza, lo que los hace más vulnerables a la transmisión de enfermedades infecciosas. En esta línea, Laddomada et al. (2019) demostraron que los cerdos explotados en condiciones extensivas en Cerdeña eran un vector importante de peste porcina africana, pues ocupan el mismo hábitat que los jabalíes (Costard et al., 2013; Iglesias et al., 2017).

Biodiversidad y crisis climática

El aumento global en el consumo de animales no humanos resulta en un incremento de los niveles de deforestación, práctica que responde al objetivo de crear pastos o de cultivar soja con la que alimentar a los animales explotados. La pérdida de biodiversidad resultante incrementa el riesgo de enfermedades zoonóticas emergentes. Civitello et al (2015) publicaron un metanálisis en el que se identificó que la pérdida de biodiversidad por causas antropogénicas estaba asociada al riesgo incrementado de enfermedades emergentes en seres humanos y animales salvajes. La principal hipótesis para explicar este fenómeno es el denominado “efecto dilución”1, el cual alude a que una mayor biodiversidad conduce a una menor prevalencia de infección debido al hecho de que los patógenos se encuentran “diluidos” en una gran diversidad de especies.

Por otro lado, la ganadería es responsable de aproximadamente el 14,5% de las emisiones de gases de efecto invernadero y aproximadamente el doble de este porcentaje si tenemos en cuenta el costo de oportunidad del uso del suelo (Poore y Nemecek, 2018; Searchinger et al., 2018). Cabe añadir que un estudio reciente ha identificado que la producción orgánica de productos de origen animal no es mejor para el clima: los costes externos asociados a gases de efecto invernadero más elevados corresponden a la producción convencional y orgánica de productos de origen animal, mientras que los costes más bajos corresponden a los productos de origen vegetal (Pieper et al., 2020). Como afirman Espinosa et al. (2020), el impacto de la crisis climática sobre la pérdida de biodiversidad la convierte en un riesgo adicional para la aparición de enfermedades infecciosas emergentes.

Conclusiones 

La ganadería es una práctica que vulnera los intereses de los animales que explota, en tanto que la imposición de circunstancias compromete la calidad de vida o bienestar experiencial de los individuos explotados. Por ello, las valoraciones desde la ética animal hacen de la ganadería una práctica rechazable. Pero de la práctica ganadera también se derivan perjuicios contra el bienestar de los seres humanos, siendo las enfermedades zoonóticas uno de los más destacables.

Las denominadas fuentes tradicionales de “carne” como la ganadería de traspatio o los sistemas extensivos incrementan el riesgo de transmisión desde los animales en la naturaleza hacia los animales domesticados explotados. Por otro lado, la ganadería intensiva genera condiciones para la emergencia y amplificación de epidemias debido a la proximidad física y genética de una elevada cantidad de animales que a menudo presentan una salud comprometida. Además, la ganadería ejerce de incubador para la resistencia antimicrobiana y contribuye de manera indirecta a la propagación de patógenos de animales que viven en la naturaleza debido a la deforestación y la pérdida de biodiversidad.

1Cabe tener presente que el debate científico sobre la relación entre biodiversidad y enfermedad sigue activo, ver por ejemplo Rohr et al. (2020).

Referencias

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