Ya hemos intentando mostrar en otros artículos anteriores, como algunas de las construcciones axiomáticas que dan cuerpo al discurso analítico: el inconsciente, las teorías sexuales, el sueño, se enmarcan en la primera tesis de discontinuidad cognitiva del proyecto ficcional de la modernidad humanista[1] (Faria, 2023, 2024). En este texto vamos a disertar sobre cómo Sigmund Freud desplaza el discurso analítico de la primera tesis de discontinuidad cognitiva a la tesis del supremacismo de especie que tiene como condición de posibilidad que la primera tesis tenga la apariencia de cumplirse.
En su obra magna Totem y tabú, Freud intenta escarbar en los orígenes de la humanidad, a través de la superposición de discursos como son la antropología y el psicoanálisis (Masotta, 1976) para hallar una inferencia que se adapte a la formación edípica construida por él. Y las ostensiones las encuentra en la antropología y en la etología animal como en tantas otras ocasiones:
O pudo no haber sido un animal social y empero vivir con varias mujeres para él solo, como lo hace el gorila; en efecto, todos los nativos están de acuerdo en que sólo se ve un macho adulto por cada grupo. Y cuando el macho joven crece sobreviene una lucha por el predominio; entonces el más fuerte, tras matar o expulsar a los otros, se establece como el jefe de la sociedad. (Freud, 1955, p. 128)
En este párrafo encontramos un origen social común entre los animales «superiores» y los humanos «inferiores» o como le gusta llamarlos al padre del psicoanálisis «salvajes» o «primitivos». Esta nomenclatura encaja perfectamente en una visión evolucionista pre darwiniana (Faria, 2024) en la que las formas de vida son el resultado de una escalera evolutiva en la que en la cumbre se encaramaran las capacidades humanas como la consciencia o el lenguaje, y todas las demás formas de existencia no son más que experimentos fallidos de encontrar la especie elegida. De hecho, para Freud los niños tienen más que ver con los antepasados de la horda primordial y con los animales, que con los adultos civilizados por el mito del Edipo –prohibición del incesto- que embrida sus pulsiones a través de la cultura y reprime sus anhelos animales:
La conducta del niño hacia el animal es muy parecida a la del primitivo. El niño no muestra todavía ninguna huella de esa arrogancia que luego moverá al hombre adulto de la cultura a deslindar con una frontera tajante su propia naturaleza frente a todo lo animal. Concede sin reparos al animal una igualdad de nobleza; y por su desinhibida confesión de sus necesidades, se siente sin duda más emparentado con el animal que con el adulto, probablemente enigmático para él. (p. 130)
Como vemos, solamente el cachorro humano, debido a su dependencia tras su nacimiento –fetalización temprana-, y hasta el desarrollo de sus capacidades cognitivas adultas obtenidas gracias a un baño civilizatorio, es capaz de reprimir las pulsiones animales. El animal se puede equiparar a la baja en la escala evolutiva con el primer escalón ostentadpo por la especie humana «los primitivos», y a su vez, con los cachorros de la especie humana.
Del mito de la horda primordial se produce la condensación al nombre del padre edípico en el discurso analítico. Es decir, es el padre el responsable de prohibir mediante la castración violenta los anhelos incestuosos de los hermanos de la horda para con su progenitora y hermanas. Freud sostiene que el padre y el animal totémico son equiparables y sustituibles en la escala primitiva de la especie humana, ya que las tribus, clanes, gens latinas o linajes arcaicos sostienen la oratura[2] de que los animales totémicos son sus antepasados:
De acuerdo con estas observaciones, consideramos lícito remplazar en la fórmula del totemismo al animal totémico por el padre –en el caso del varón-. Pero nosotros que no hemos dado un paso nuevo ni particularmente osado. Los propios primitivos lo dicen y, en la medida en que el sistema totemista sigue en vigor hoy, designan al tótem como su antepasado y padre primordial. (1955, p. 134)
Esta sustitución ‒el asesinato del padre por el del cuerpo del animal‒ es primordial para el discurso analítico pues deduce que los dos tabúes originarios del Edipo o castración pulsional del animal biológico que habitamos, residen engarzados en el asesinato del padre por la horda de hermanos. A saber: el tabú de no matarás y la prohibición incestuosa de yacer con la madre y las hermanas –la exogamia-. Desde entonces, la renovación de la ceremonia de sacrificio del padre sustituido por el cuerpo de un animal se repite, una y otra vez, en las fiestas de los clanes y de los pueblos hasta nuestros días. Los rituales sacrificiales fungían como renovación de los votos del lazo social de anteponer los intereses de la comunidad y de la divinidad por encima de los intereses personales. A día de hoy, el valor social otorgado a los banquetes familiares, de amistad, de empresa o en los rituales de paso antropológicos a lo largo de nuestra vida es innegable. En todos ellos, se renueva el lazo social con más determinación cuanto más tremebundo ha sido el holocausto de individuos de otras especies dispuestos a ser ingeridos en los platos conmemorativos. Nos dice Freud:
Un sacrificio así era una ceremonia pública, la fiesta de un clan entero. La religión era un asunto común, y el deber religioso, una parte de la obligación social. Sacrificio y festividad coinciden en todos los pueblos; todo sacrificio conlleva una fiesta, y ninguna fiesta puede realizarse sin sacrificio. La fiesta sacrificial era una oportunidad para elevarse los individuos, jubilosos, sobre sus propios intereses, y destacar la mutua afinidad entre ellos y con la divinidad. (1955, p. 137)
Si el animal totémico era considerado un antepasado y estaba prohibido su asesinato y consumo por miedo a las represalias del espíritu de dicho animal, con la fase en la que la hermandad de la especie humana vuelca sus ruegos a un diálogo exclusivo entre la divinidad y ellos, los demás animales pasan de tener una relación de igualdad con el animal humano a ser un mero decorado sacrificial-folclórico en la representación del mundo que el humano hace (Harari, 2016).
Como ya hemos indicado anteriormente, el sacrificio animal como sustitución del padre de la horda primordial –después sustituido por la divinidad- supone la responsabilidad compartida de toda la comunidad:
No cabe duda alguna –dice Robertson Smith- que todo sacrificio fue originariamente un sacrificio clánico, y que la matanza de una víctima sacrificial se contaba en su origen entre aquellas acciones prohibidas para el individuo y que sólo eran legítimas cuando todo el linaje asumía la responsabilidad. (Freud, 1955, p. 138)
Freud analiza la sustitución del animal totémico como objeto sacrificial del padre primordial a través de los carriles de las dos tesis que sostienen el fantasma[3] (Lacan, 2023) ideológico del supremacismo de especie que hemos trabajado anteriormente.
Por un lado, se construye una tesis de discontinuidad cognitiva en la que los humanos poseen una serie de capacidades exclusivas, a saber: la razón o/y el lenguaje complejo y que casualmente, se elige al padre como paradigma del epítome de dichas capacidades. Ante la angustia que provoca en la comunidad de hermanos el haber matado al individuo que encarnaba esas capacidades más completas, entra en juego la segunda tesis; se escoge a un animal al que se le emparenta con el linaje familiar para que la metonimia sustitutoria del padre tenga credibilidad pulsional en el fantasma comunitario y se le sacrifica y consume, bajo el supuesto de que los intereses morales de la comunidad de la especie humana o de la divinidad que otorga identidad a dicha comunidad, prevalecen sobre los intereses morales del individuo de otra especie:
El psicoanálisis nos ha revelado que el animal totémico es realmente el sustituto del padre, y con ello armonizaba bien la contradicción de que estuviera prohibido matarlo en cualquier otro caso, y que su matanza se convirtiera en festividad; que se matara al animal y no obstante se lo llorara. La actitud ambivalente de sentimientos que caracteriza todavía hoy el complejo paterno en nuestros niños, y prosigue a menudo en la vida de los adultos, se extendería también al animal totémico, sustituto del padre. (Freud, 1955, p. 143)
Imagen de Efraimstochter
El objeto de la celebración es la renovación fantasmática de anteponer los intereses morales de la comunidad identitaria –la especie humana- frente a los intereses morales de las demás especies, ya sean como comunidad o como meros individuos que desean vivir. De hecho, no es casualidad que cuando se quiere justificar un asesinato de un miembro de la especie humana o de una comunidad de dicha especie, se deba animalizar primero a los miembros de esa comunidad para poder hacerlo. Ejemplos no nos faltan, desde el holocausto judío perpetrado por el nazismo en el siglo XX hasta el más reciente genocidio del pueblo palestino a manos del gobierno sionista de Israel. La narrativa de animalización del pueblo/individuo sacrificial siempre pasa por la animalización, y la sucesiva aniquilación que traerá la consolidación de unos valores supuestamente superiores, que a su vez, son constituyentes de la identidad de una comunidad; en concreto como paradigma de las capacidades de la especie humana –la libertad frente a la tiranía, la democracia frente al absolutismo, la razón frente a la bestialidad o directamente, el bien contra el mal-. Narrativa fantasmática ésta, que ayuda a repartir la culpa entre todos los miembros de la comunidad que perpetran el sacrificio y, como consecuencia, genera un tabú para impedir que la excepción del asesinato del más valioso de la horda primordial se vuelva a repetir en una serie sin fin que impediría el lazo socialidentitario entre los miembros de la denominada especie humana. Su cuerpo será sustituido por un individuo de menor valor moral ‒el animal‒ para la identidad de la comunidad:
Si de acuerdo con el sentir de los hijos varones, el animal se ofrecía como un sustituto natural y obvio del padre, en el trato que le dispensaban y que se les ordenaba compulsivamente halló expresión algo más que la necesidad de figurar su arrepentimiento. Con el subrogado del padre se podía hacer el intento de calmar el ardiente sentimiento de culpa, conseguir una suerte de reconciliación con el padre. El sistema totemista era, por así decir, un contrato con el padre, en el cual este último prometía todo cuanto la fantasía infantil tiene derecho a esperar de él: amparo, providencia e indulgencia, a cambio de lo cual uno se obligaba a honrar su vida, esto es, no repetir en aquél aquella hazaña en virtud de la cual había perecido (se había ido al fundamento, al padre verdadero). (Freud, 1955, p. 146)
Desde esta perspectiva, se puede elucidar como una operación psíquica lógica que el valor moral de los intereses del padre y de su estirpe humana valiesen en la antigüedad, y valgan a día de hoy, mucho más que los intereses morales de los individuos de otras especies.
El padre primordial y el animal forman los dos polos del símbolo que componen la escala ontológica simbólica de la tesis de discontinuidad cognitiva con la que la especie humana ha decido interpretar el mundo que habita, otorgando intereses morales que deben ser respetados, recordados y obedecidos al padre simbólico asesinado, representado por el hombre blanco heterosexual y normativo en la cúspide de la escalera de la evolución. Y en el otro polo de la escala, negando los intereses más básicos e ínfimos a los individuos de otras especies o de la misma especie que no se adaptan al padre de la horda primordial. Freud afirma: «En la situación del sacrificio primitivo, el padre estaría subrogado dos veces; uno como dios y otra como animal totémico sacrificado» (150). Esta identificación con el mandato del padre y con la repartición de la culpa castró los anhelos de poder omnipotentes a los que los miembros del linaje aspiraban, quedando bacante el puesto del padre, actuando eso sí, como función del padre de carácter simbólico que organiza y opera como ley dentro de la comunidad denominada como especie humana «el falo[4]».
Para Sigmund Freud y para el discurso analítico, este origen de la culpa redistribuida como responsabilidad de la comunidad humana por matar al padre de la horda primordial que les otorgó su identidad como especie-clan, es la semilla que ofrece resistencia, límites y valores morales y capacidad ética en los neuróticos de la especie humana:
Hemos concebido los primeros preceptos morales y restricciones éticas de las sociedades primitivas como una reacción frente a una hazaña que dio a sus autores el concepto del crimen. Ellos se arrepintieron de esa hazaña y decidieron que nunca más debía repetirse y que su ejecución no podía aportar ganancia alguna. Pues bien; esta creadora de conciencia de culpa no se ha extinguido todavía en nosotros. La hallamos en los neuróticos, operante de una manera asocial para producir nuevos preceptos morales, continuadas limitaciones, a modo de expiación de fechorías cometidas y a modo de expiación de otras a cometer. (1955, p. 160)
Así comienza el rechazo de su animalidad constitutiva por parte de la especie humana, y así, comienza el largo periodo de crear una comunidad identitaria –la especie humana- de poco a poco, pero sin descanso, que intenta desligarse de su animalidad para pasar a construirse un imago de especie exclusiva, elegida y con la capacidad poiética de transformarse en una especie divina mediante el agenciamiento y posterior hibridación con la tecnología.
Referencias bibliográficas:
- Faria, C. (2023). Animal Ethics in the wild. Wild animal Suffering and intervention in Nature. Cambridge. Cambridge University Press.
- Faria, (2024). La ficción del humanismo y la educación antiespecista. (1413) La Ficción del Humanismo y la Educación Antiespecista | Catia Faria – YouTube último día de acceso el 27 de agosto de 2024.
- Freud, F, (1955). Tótem y Tabú y otras obras.. Tomo XIII. Buenos Aires. Ediciones Amorrortu.
- Harari, YN. (2016). Homo deus. Breve historia del mañana. Barcelona. Penguín Random House Grupo editorial.
- Lacan, J, (2023), Seminario 14, La lógica del fantasma. Buenos Aires, Paidós.
- Masotta, O. (1977). Lecciones de introducción al psicoanálisis. Barcelona. Granica editor S.A.
Créditos imagen de portada: fszalai
Notas:
[1] En opinión de la filósofa especialista en moral Catia Faria, el proyecto humanista de la modernidad se sostiene sobre la ficción de lo que ha denominado: «La doble tesis de discontinuidad cognitiva». La tesis primera, incide sobre el constructo de una radicalidad ontológica absoluta entre los seres con capacidades cognitivas como la conciencia o el lenguaje ‒humanos‒, y toda una escala de seres vivos que ostentan una discontinuidad cognitiva con respecto al paradigma del ser con conciencia ‒los demás animales‒. En la segunda tesis «de supremacismo de especie», el pensamiento humanista ha implementado una cosmogonía estructural en base a dicho patrón de perfección, y todos los animales, incluidos los de la especie humana, que no cumplen con esas supuestas características, son considerados excluidos de intereses morales en equidad de condiciones, a los intereses morales del patrón racional humanista ‒Hombre, blanco, heterosexual y burgués‒.
[2] Desde los pueblos originarios se ha revalorizado la historia oral transmitida de generación en generación como una «verdadera historia», heterogénea y adaptativa al contexto de necesidades del grupo social. Este neologismo ‒oratura‒ se contrapone al argumento colonial occidental que identifica a las poblaciones del Sur global como inferiores porque no poseen escritura y por lo tanto, historia.
[3] Es Sigmund Freud el que usa para las identificaciones diurnas del neurótico la palabra «fantasía». Posteriormente, Gustav Jung inventa la palabra «imago con el fin de identificar esas fantasías al plano imaginario, que dará nombre a la revista dedicada al psicoanálisis de orientación jungiana. Tras su uso por parte del psicoanalista francés Jaques Lacan a lo largo de su primerísima enseñanza, se deshace de ella bajo una apuesta a la comunidad psicoanalítica de volver a Freud ante la deriva de la egopsicology en Gran Bretaña y Estados Unidos, que ponían el acento en la segunda tópica de Freud ‒Yo, ello y superyo‒, en vez de en la primera tópica ‒consciente, inconsciente y preconsciente‒, que convierte al psicoanálisis en una deriva terapéutica alejada de la vocación de la dirección de la cura freudiana. En la segunda etapa de la enseñanza de Lacan, se asume la figura del fantasma como las construcciones significantes de los registros simbólico e imaginario impulsados por el goce fragmentado como objeto a ‒zonas erógenas o pulsiones parciales‒, y que el analizante debe de atravesar en su análisis para darlo por terminado.
[4] El falo adquiere un carácter anfibológico a lo largo de la enseñanza psicoanalítica. Si en Sigmund Freud, el falo hace referencia al órgano masculino, en la enseñanza de Lacan, comienza siendo un objeto simbólico de poder que ostenta el jefe de la tribu o padre «el falo simbólico» para acabar siendo un dispositivo operativo de lenguaje que da sentido al Otro, en tanto tesoro de todos los significantes, y con el que conseguimos interpretar la realidad que habita el serdiciente. Lacan dirá en su Seminario 14. La lógica del fantasma: «La castración es la entrega del falo del padre al hijo» (Lacan: 2023)