El trabajo que os presentamos es una investigación en dos partes: en primer lugar, abordamos conceptos terminológicos que han sido establecidos para desfavorecer a las otras animales, en este caso a nuestras aves. Y, en segundo lugar, realizamos una etnografía en un céntrico parque de la ciudad de Barcelona, durante el mes de marzo de 2024. Las informantes que han participado han sido tres vecinas[1] del barrio, seleccionadas al azar, a las que se les ha preguntado su opinión acerca de las cotorras argentinas[2] (Myiopsitta monachus) que habitan en el parque desde hace unos años. El objetivo de la investigación ha sido testar la consideración social que merecen las cotorras a través del relato de vecinas del barrio que frecuentan el parque y que, por tanto, tienen un contacto visual frecuente con ellas. Otro aspecto importante de la indagación ha sido examinar el posible grado de maltrato al que se encuentran expuestas las cotorras argentinas.
La Tierra es un lugar eficiente, difícil y sorprendente pero cualquier lugar está sujeto a catástrofes de tipo geológico o climático. Las especies que no se mueven, o que no pueden moverse, se extinguen o pueden quedar diezmadas. Así que, en la lucha por la existencia, la selección natural favorece a las especies capaces de desplazarse debido a un entorno cambiante y que, por ello, ocupan un área de distribución amplia. Ningún lugar es estable ni aislado y jamás parece haberlo sido. Darwin lo sabía y se refirió a ello en El origen de las especies, afirmando que las otras animales y las plantas se transportaban de un lugar a otro a lo largo del tiempo.
Una de las primeras observadoras científicas fue la botánica Pehr Kalm, discípula de la zoóloga y botánica Carlos Linneo que fue quien introdujo la nomenclatura binaria latina para designar a las demás animales y a las plantas. Para ambas científicas, el concepto autóctona significaba salvaje, entendida como sin domesticar, sin cultivar o sin domar. La división de las especies entre autóctonas y alóctonas que hoy seguimos, apareció por primera vez en textos de H. C. Watson, ecólogo evolucionista, a mediados del siglo XIX, definiendo autóctona con el sentido que conocemos: especie originaria de un país y de la que existen pocas o ninguna razón que conduzcan a pensar que esa especie fue introducida por la acción de las humanas. Y, alóctona, como especie no originaria del lugar donde se encuentra. Watson reconoció que no existía la certeza necesaria para poder hablar con propiedad de la condición de autóctona o alóctona, de modo que algunas especies foráneas que llevaban mucho tiempo en el territorio eran de facto originarias del mismo. Por su parte, el geólogo Charles Lyell, en Principles of Geology, señala que se puede considerar la acción involuntaria de las humanas como análoga a la de las demás animales porque al igual que estas, las humanas inadvertidamente contribuyen a aumentar o reducir las áreas de distribución geográfica de ciertas especies.
¿Cuánta acción humana es precisa para que una especie se convierta en exótica?
Cuando se habla de especies que arriban por sí solas a un lugar, lo que técnicamente las convierte en especies originarias de ese lugar, no puede ignorarse la influencia humana indirecta porque la transformación antropogénica del paisaje convierte en favorable un lugar para unas especies mientras es desfavorable para otras. Si las primeras son especies nativas y las segundas exóticas ¿cuánto afecta la acción de las humanas en la sustitución de unas por otras? La humanidad ha modificado ecosistemas completos, por ello, afirmar en el siglo XXI que la contracción, expansión o alteración del área de distribución de una especie es independiente de la acción de las humanas es una afirmación que, por definición, casi nunca será correcta.
Charles Elton, zoólogo, en The Ecology of Invasions by Animals and Plants (1958) se situó en la tradición de atribuir la culpa de cualquier mal medioambiental a las especies introducidas. Elton creó un discurso referido a la catástrofe zoológica que suponía el comienzo de la destrucción de los reinos zoogeográficos establecidos por el antropólogo y biólogo Wallace[3] quien hablaba de invasiones de especies exóticas, concepto que fue extendiéndose con escaso seguimiento hasta que en 1999 apareció la revista Biological Invasions, a partir de entonces se exigió la creación de entidades dependientes de los gobiernos en diferentes países, con objeto de dar una respuesta eficaz a la cuestión de las especies introducidas.
Existe un valor: ser nativa de algún lugar
Anterior a Darwin, se partía de la idea de una fauna y flora invariables que habitaban un mundo imperturbable. De manera que desde la escuela, se afirmaba que determinada animal pertenecía o era nativa de un lugar, por ejemplo, las gatas de Egipto, cuando, a través de estudios realizados por Carol Driscoll[4], se sabe que la progenitora de la gata domesticada que hoy conocemos no es la gata montés europea sino la Felis líbica africana, hecho que se repite en infinidad de casos con multitud de otras animales (Thompson, 2016; León Panal, 2021)[5] Sin embargo, Elton estaba convencido de que las especies son del lugar donde están en el instante en que se estudian, aparte del tiempo que lleven en ese lugar o del de origen por migración o evolución. Elton creía que la pertenencia a un lugar otorgaba derechos de ocupación aunque las especies nativas eran moralmente superiores a las foráneas. La atribución de valor superior a las especies nativas no tiene una base científica, son principios sin más para los que no es necesario ningún tipo de justificación.
¿Qué se debería de conservar y por qué?
En muchos países, un motivo para valorar la necesidad de conservar un lugar se basa en la presencia de especies nativas o en la ausencia de especies alóctonas. Uno de los criterios que determinan el valor de un hábitat es la naturalidad, que mide el grado de transformación realizado por la humana, así los espacios menos alterados o más naturales tienen un mayor valor de conservación. Hoy, la naturalidad es un criterio vago dado que apenas quedan lugares mínimamente naturales, si es que alguna vez existió esa condición. La naturalidad es difícil de definir y medir por lo que se han buscado otras formas que la demuestren, que presenten grados de naturalidad. Uno de esos grados lo aportaron las especies alóctonas que por definición derivan de la intervención humana y, por ello, se convierten en indicadoras útiles de la antinaturalidad. Se crea, así, la impresión de que las otras animales introducidas de forma intencionada tienen menos categoría y ningún derecho de conservación que las que llegaron por sí solas. Recapitulando, las especies exóticas (alóctonas, foráneas, introducidas) no tienen valor de conservación excepto si las humanas, por el motivo que sea, deciden que sí lo tienen.
Las especies alóctonas parecen pensadas para generar alarma social; abundan y se ven más en los hábitats alterados por las humanas como núcleos urbanos y grandes ciudades donde los encuentros con especies exóticas son algo cotidiano, de forma que muchas humanas tienen una opinión al respecto, un sentir marcado por la influencia de los medios de comunicación, por científicas contrarias a esas especies y por la Administración. Se llega a creer que las especies foráneas están reemplazando a las originarias y que hay que actuar al respecto a pesar de que no esté claro qué, por qué, cómo, etc. Una intervención mal planificada solo es útil para empeorar la situación y es ahí donde se gestiona una alarma social contra determinada especie, atribuyéndole características, prácticas, posibles zoonosis, etc. El discurso mediático-científico-económico-político crea un circuito conducente a resaltar aspectos que mezclan lo real con lo infundado, para señalar como indeseable o como plaga a determinada especie. La máquina que alimenta la paranoia social crea bulos, difundiendo historias relacionadas con especies exóticas invasoras donde no se atiende a explicaciones sobre biología básica, ni sobre la diferencia entre causalidad y correlación que es necesario saber para entender la cuestión sin alarmas de ningún tipo.
Decidir la autoctonía…
Decidir de dónde son las especies es mucho más difícil de saber de lo que se da a entender porque la autoctonía es una cualidad esquiva e inmedible. Habitamos un mundo que despliega una lucha a muerte contra la supuesta llegada de especies invasoras que amenazan con acabar con todo. Son afirmaciones explicitadas en algunos artículos científicos recientes, sobre los riesgos que entrañan esas invasiones, citas donde se aprecia la exageración y los débiles argumentos que sirven para justificar posverdades[6], por ejemplo:
“El consenso científico es claro: determinadas especies exóticas invasoras amenazan, en ocasiones de forma grave, a especies autóctonas, a los ecosistemas y a actividades ligadas al patrimonio natural, como puede ser la agricultura local. Es el caso de las cotorras”. (SEO/BirdLife- https://seo.org/wp-content/uploads/2017/07/informe-cotorras.pdf )[7]
Las afirmaciones que realizan no encuentran plena justificación y considerando que la erradicación de las especies foráneas es extremadamente problemática ¿qué implicaciones tiene tomar en serio esas recomendaciones? Pues, enfrentarse a una lucha interminable perdida de antemano (en realidad una matanza) y costosa económicamente, debido a la enorme dificultad para asegurar que esta especie deje de ser trasladada directa o indirectamente.
Las especies invasoras no representan ninguna amenaza para las humanas ni para su hábitat, por el contrario, lo probable es que la vida de muchas humanas y de las otras animales se pierda a causa de guerras, enfermedades, contaminación, crisis climática, hambre, escasez energética y, sobre todo, por las sequías que convierten el agua dulce en uno de los recursos básicos más importante y costoso. Aunque muchas humanas continuaran insistiendo en culpar a quien sea, a la especie que sea, de la incompetente y sobre todo antiética gestión medioambiental en la que se encuentran inmersas. Un maltrato animal repetido que no cesa.
¿Qué es el maltrato animal?
El concepto de maltrato animal, aunque un tanto subjetivo, no debe ocultar la realidad que le constituye: la violencia que, a su vez, está vinculada con la educación recibida que puede convertir a las humanas en maltratadoras. El maltrato animal acostumbra a definirse como actuación o acciones conscientes que causan dolor, sufrimiento o la muerte de una animal no humana (Richard y Reese, 2019) o como actuaciones que impiden el desarrollo vital de la otra animal al encerrarla o limitar el ejercicio de su libertad (Rincón Higuera, 2015). En los últimos años se ha demostrado la capacidad de las otras animales de sentir frustración y sufrimiento ante situaciones negativas, así como de sentir dolor, llegando incluso a reconocer el universo emocional que experimentan las demás especies (Spinka, 2012; Bekoff, 2017).
Un error básico de las humanas es creerse con legitimidad para regir la vida de las otras animales, a la vez que defienden que nadie debe gobernar las suyas. Se trata de una cuestión moral, no legal. No habrá leyes ni normativas que protejan a las animales como sujetos de derecho hasta que no se reconozca que, como seres sintientes que son, poseen tres derechos inalienables: derecho a la vida (defender su existencia, personalidad, atributos, etc.); derecho a la libertad (defender su capacidad de acción y movimiento sin interferencias ni perjuicios por parte de otras); derecho a la integridad (defender cualquier parte constituyente de su yo). Por tanto, no habrá justicia hasta que no se acabe con la explotación de las demás animales.
¿Qué nos explican las vecinas de las cotorras argentinas?
Son tres: Marta, Roser y Marisa, veamos qué nos relatan.
A Marta, no le gustan las aves, dice que nunca les haría mal pero que no las soporta, que le produjeron una sensación extraña y desagradable cuando en alguna ocasión cogió o tocó a una de ellas. La informante atraviesa el parque cada día, dos veces, de camino y retorno de su trabajo. Durante esos trayectos ha visto muchas veces a las cotorras y, en alguna ocasión, se ha detenido a observarlas porque el color verde-amarillento que lucen le resulta atractivo. Supo quiénes son las cotorras a través de la televisión, en un programa que trató sobre especies exóticas invasoras que causan muchos problemas en las ciudades y que suelen acabar con especies autóctonas, según el informativo. Quedó impresionada al saber que las cotorras se multiplican rápidamente, que construyen nidos de varios cientos de quilos de peso que rompen las ramas de los árboles y caen sobre las personas y que actúan contra otras aves porque son muy agresivas. A pesar de toda esa información negativa, Marta explica que: “… hay otros males peores en el parque como son los montones de palomas y las gaviotas que esas sí son agresivas y peligrosas…[…]…Somos muchos en Barcelona, hay mucha actividad y cosas, coches y tal, no es fácil convivir con pájaros que te molestan, que cagan mucho, que son ruidosos, hay que saber gestionar todo para que la convivencia sea lo mejor posible…las plagas son lo peor, lo dijeron en la tele y lo creo”.
Cuando se pregunta a Marta que explique qué opina sobre las cotorras argentinas, dice: “Esos bichos verdes [ríe] tienen su gracia, hace mucho que están aquí [en el parque] y molestan mucho porque se pasean por todos lados y cagan como las palomas. En Barcelona tenemos muchas aves y las cotorras son diferentes por su color y por sus gritos porque son muy gritonas…y claro molestan mucho… si las tuviera al lado de mi casa igual me quejaría como otros vecinos…”.
Con respecto a que habiten en el parque, Marta relata: “Molestan pero el Ayuntamiento se las lleva cuando sobran…si no se amontonan como las palomas, me parece bien que estén aquí…[…]…a los turistas les hacen mucha gracia, les hacen muchas fotos…”.
Sobre el posible maltrato a las cotorras, Marta argumenta: “No, no se maltrata a las cotorras, yo no lo he visto lo que pasa es que hay demasiadas y molestan y se tienen que eliminar o yo que sé, hacer algo para que sean pocas… lo hacen con las palomas y si pillan a las gaviotas también…”.
Roser, la segunda informante, afirma: “Me encantan las cotorritas son tan monas, las veo muchos días y me paro a mirarlas porque me gusta ver lo que hacen…se pelean con las palomas bueno se pican unas a otras pero como amigas digo yo…”. La informante es una enamorada de los animales, convive con dos gatas y un agaporni. Cree que hay mala gente en el parque porque atrapan palomas para dañarlas pero con las cotorras no pueden porque son ágiles y escapan del acoso. Desde que se jubiló, Roser dedica una parte de su tiempo cotidiano a pasear por el parque para observar a las aves que allí habitan, las alimenta, las pone agua y revisa que estén bien.
Con respecto a qué opina sobre las cotorras argentinas, Roser explica: “Quita, quita, que vi un programa en la tele, en TV3 [cadena de televisión autonómica catalana] que las ponía a parir [a las cotorras] y les envié un mail pero nunca me han contestado, les dije que no podían hacer esos programas diciendo que las cotorritas son exterminadoras de otras especies, de la agricultura y qué se yo de cuántas cosas más dijeron… ¡una barbaridad!… lo malo es que la gente se lo cree y luego les ves persiguiéndolas, matándolas, maldiciéndolas y todo lo peor… yo les explico lo que sé que he leído por Internet pero muchos ni caso hacen… una vez me encontré un viejo que iba con bastón intentando pegarles y le dije “venga hombre que es usted mayorcito para hacer eso, no dé mal ejemplo” y el muy bestia me dijo “métase en su casa a cocinar señora que soy cazador y sé lo que hago” ¡tan desagradable el abuelo! [se ríe]…”.
Para Roser, las cotorras han de vivir en el parque, que es un espacio parecido a lo natural y por lo tanto idóneo para las aves, aunque le gustaría que pudieran tener una zona mucho mayor donde vivir más libres de los contaminantes que se encuentran en la ciudad y que pueden llegar a enfermarlas: “Sé que cada vez tienen menos espacio para vivir porque hace años, muchos, que yo ya soy mayorcita, el parque era más grande, más frondoso, pero se ha ido perdiendo porque han construido esta mole [señala hacia el edificio religioso que lleva años en construcción] y eso trae mucho turismo, es agobiante y las aves…las cotorritas también lo notan, se enferman, se van, se mueren, en fin un desastre…”.
Con respecto a un posible maltrato contra las cotorras, Roser afirma: “Sí, claro que las maltratan, si no las dejan en paz desde el Ayuntamiento…cada equis cazan unas cuantas y se las llevan…que yo lo he visto y soy parte de un grupo de gente que nos oponemos a que se mate a las aves también a las palomas…cuando hay un grupo de aves, un grupito no muy grande ya hay gente que se queja y llama al Ayuntamiento y enseguida vienen a cazarlas…las cazaban con redes, les ponían comida y las cotorras se tiraban a cogerla y entonces ellos [empresa] tiraban redes y cazaban a muchas y las metían en un furgón blanco…pero nosotros hacíamos ruido, gritábamos que no, les insultábamos, avisábamos a la gente que pasaba…hacíamos todo lo posible para que se supiera y para espantar a las cotorras…siempre se llevaban a muchas pero otras se salvaban…¡era tan triste!”.
Para Marisa, la tercera de nuestras informantes, las cotorras son un ejemplo de sociedad laboriosa, participativa, colectiva y creativa porque ha investigado acerca de cómo viven y se comportan y afirma que son un modelo: “Desde la arquitectura de los nidos que construyen, cómo acogen a otras aves, cómo se relacionan entre sí, cómo habitan los espacios hasta cómo se vinculan con las humanas, son un ejemplo…”, afirma. Marisa no tenía en consideración a las otras animales hasta que hace tres años, en la universidad, una profesora les habló de ellas: “Fue explotarme la cabeza porque entendí que los animales son parte indispensable de nuestra vida…nunca lo había pensado antes ¿increíble no?…”.
Al concienciar la importancia de las otras animales, Marisa descubrió a las cotorras que viven en el parque: “Si es que nunca me había fijado en las cotorras pero no por nada es que yo no veía a los animales, estaban ahí y ya… hace tres años volviendo a casa tras una de mis clases me fijé en los pájaros verdes que entonces yo no sabía qué eran y me gustó verlas junto a palomas, tórtolas, mirlos, gorriones y qué se yo cuántas otras aves… hoy sé algunos nombres antes ni eso…”.
“Que vivan en el parque me parece justo porque sino ¿dónde van a vivir?” relata Marisa y continúa: “Es muy difícil vivir en la ciudad y en un parque tan concurrido sobre todo de guiris y con tanta mierda como dejan ¡pobres cotorras! comen basuras como las palomas, las gaviotas…alguna vez les he dado de comer semillas y pipas que les gustan mucho y se tiran como locas y las palomas también es divertido verlas pero no lo hago mucho porque siempre sale el listo de turno que me tiene que decir algo…la ultima vez acabamos a insultos y me puse muy nerviosa…es que todo les parece mal cuando alimentas a las aves y se hace duro, duro, duro…”.
Respecto al posible maltrato ejercido contra las cotorras, Marisa argumenta: “Claro que las maltratan si no me dejan darles de comer y las pobres comen porquerías pero también hay quien las persigue y dice que son malas, agresivas, que acaban con otras especies y destrozan plantas y árboles con sus nidos y con su alimentación…una forma de maltrato es difundir que son aves peligrosas que eso lo dice la gente, que pueden transmitir no sé qué enfermedad…y es mentira igual que lo dicen de las palomas…no te digo de las ratas que hace unos días desratizaron el parque ¡otra monstruosidad!…a las cotorras ya las llaman plaga y eso es malo muy malo porque entonces la gente se cree que tiene derecho a matarlas, a hacerles daño… […]… para mí eso es maltrato total ¿o no?”.
Destacando algunos aspectos de la etnografía
La investigación desarrollada ha sido breve y sencilla debido al tiempo del que disponíamos para realizar el trabajo y, por ello, solo presentamos los relatos de tres informantes-vecinas cuyas miradas, sin embargo, ofrecen una impresión sobre el valor otorgado a las aves que viven en el parque del barrio. De las narrativas extraemos cuatro cuestiones-términos que entendemos destacables por su aparición en las narrativas:
Molestar: es causar fastidio o malestar a alguien, es un instante en el que aflora una tensión. El malestar, derivado de molestar, es el residuo de la fricción entre discursos proferidos y acciones observadas, descubrimientos que suceden en el cuerpo a modo de pequeño shock, algo se tambalea y algo se reacomoda después. Son incomodidades puntuales y mínimas que surgen y se desvanecen pero, incluso con poca intensidad, sirven para señalar disgusto. A eso se refieren las humanas informantes cuando cuentan que las otras animales no deben de molestarlas, sin embargo viven sumergidas en las innumerables molestias cotidianas que acompañan su vida en la ciudad.
Información: los datos sesgados que se difunden a través de los medios impactan consciente e inconscientemente en las creencias valorativas de las humanas, conduciéndolas a desarrollar actitudes y comportamientos carentes de pensamiento crítico. Informaciones que las conducen a adherirse a los dictados generados por esos medios o por terceras personas que se erigen como expertas. Incluye el concepto de maltrato animal desde la perspectiva de la difusión de características nefastas contra las aves.
Habitar en el parque del barrio, entendido como el espacio más parecido a lo natural y porque no hay espacio suficiente, u otro hábitat, donde pueda ubicarse a las aves. El parque es el lugar donde las cotorras conviven con otras aves causando pocas molestias a las humanas.
Maltrato: percibido por las vecinas, en mayor o menor grado, entendido como prácticas de gestión antiética realizadas por entidades de la Administración o contratadas por esta; comportamientos contrarios al bienestar de las aves desarrollados por algunas humanas; prohibir la alimentación de las aves; catalogarlas como especies invasoras o plaga.
Hay vecinas a las que se intentó entrevistar pero no aparecen en el trabajo porque no fue posible concluir las entrevistas por diferentes motivos. Nos gustaría destacar algunas de las expresiones recopiladas porque, por sí mismas, son exponentes de un determinado tipo de pensamiento: “no me interesan las aves ni los demás animales”, “no me gustan las preguntas”, “no me gustan las animalistas”, “de acuerdo con matar a las aves que molestan”, “no son aves de aquí”, “son plagas las cotorras, palomas, gaviotas, tórtolas…”, “la ciudad para las personas”.
Nota final
Para conservar la neutralidad precisa de la investigadora, nos centramos en tres humanas con las que mantuvimos entrevistas ad hoc (no habían sido preestablecidas) donde nuestro rol fue el de preguntar, escuchar y grabar. Una vez terminada la entrevista, establecimos un diálogo con las informantes con objeto de aclarar dudas, desanudar conceptos y explicar la realidad de las cotorras argentinas que habitan en el parque. Fundamentalmente, se trató de trabajar el estereotipo (la cognición), el prejuicio (aspectos valorativos y emocionales) y la discriminación (la actitud y comportamiento). Desarrollamos ese tipo de conversaciones porque para cambiar algo hay que transformar miradas, sentimientos, actitudes y conductas con el objetivo de ver la diferencia sin traducirla en desigualdad, puesto que el problema no está en la diferencia sino en su no aceptación convirtiéndola en prejuicio o estigmatización.
[1] Vecinas: Marta (58 años, residente, catalana, administrativa); Roser (66 años, residente, valenciana, jubilada); Marisa (24 años, residente, madrileña, monitora de natación). A todas se les hizo una pregunta general acerca de sí mismas (darse a conocer) y de las cotorras (impresión general) más tres preguntas concretas: ¿Qué opinas sobre las cotorras argentinas? ¿Qué opinas respecto a que habiten en el parque? ¿Qué opinas sobre el posible maltrato a las cotorras? Entrevistas de una duración aprox. de 50-60 minutos. Los nombres de las informantes son ficticios y el parque donde se desarrolló la etnografía se mantiene en el anonimato con objeto de proteger a la colonia de cotorras argentinas residentes.
[2] Utilizamos indistintamente la denominación cotorras argentinas o cotorras.
[3] Chew, M.K. y Hamilton, A.L. (2010) The rise and fall of biotic nativeness: a historical perspective, en Fifty Years of Invasion Ecology: The Legacy of Charles Elton (ed. D.M. Richardson). Chichester: Wiley-Blackwell, pp. 35-47
[4] Carol Driscoll citada por Paola Valsecchi (2024) Gatos: (casi) una historia natural. Alianza: Madrid. Pág.37.
[5] Thompson, Ken (2016) ¿De dónde son los camellos? Creencias y verdades sobre las especies invasoras. Alianza: Madrid.
León Panal, Ángel (2021) Historia de las especies invasoras. Guadalmazán: Córdoba.
[6] Posverdad: Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. R.A.E. https://dle.rae.es/posverdad [Consultado 25.3.24.].
[7] SEO/BirdLife: https://seo.org/wp-content/uploads/2017/07/informe-cotorras.pdf [consultado 15.3.24] Citamos a esta organización porque sus comunicados tienen gran difusión entre la población; son buenas conocedoras de las otras animales pero su mirada conservacionista cierra la posibilidad a las animales que no sean autóctonas.
-Autoría de las fotografías: BadGirl