Como prometimos, os traemos una segunda publicación sobre el Glosario de resistencia animal(ista) publicado en pasado mes de agosto de 2022. En esta oportunidad contamos con los valiosos aportes de Iván Darío Ávila Gaitán. Iván es Doctor en Filosofía por la Universidad de los Andes. Magíster en Filosofía y magíster en Estudios Culturales de la misma universidad. Politólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Entre sus publicaciones se encuentran los libros: De la isla del doctor Moreau al planeta de los simios (2013), Rebelión en la granja Biopolítica, zootecnia y domesticación (2017) y La cuestión animal(ista) (comp.)(2016). Docente e investigador de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá) y de la Escuela de Ciencias Agrícolas de la UNAD.
Las ilustraciones que acompañan la entrevista forman parte del glosario y su autora es Karen Ávila.
Grupo AVA. Uno de los muchos aportes de tu trabajo es una amplia perspectiva o definición del especismo antropocéntrico, las múltiples dimensiones que lo configuran te han llevado a definirlo como un orden ¿Cuáles son esas dimensiones y cómo funcionan? ¿Cómo se articula el orden especista con otros órdenes de opresión y dominación?
Iván Ávila. Lo primero que habría que decir respecto al concepto de especismo antropocéntrico es que hago un uso estratégico del mismo. Pero no estratégico en el sentido de voluntarista o sometido a un cálculo instrumental, sino todo lo contrario: en la medida que reconozco que hago parte de un campo de poder, entendido no solo como espacio de dominación, sino como escenario de una multiplicidad de fuerzas en juego, hay conceptos que ya tienen cierta historicidad y potencia política que de ningún modo depende de mí. No obstante, por más “fijados” que se encuentren dichos conceptos, en virtud del campo de fuerzas que los constituyen estos pueden no solamente adquirir nuevos sentidos -la cuestión del sentido no me interesa tanto-, sino generar nuevos efectos, desatar prácticas, acciones.
En otros términos, siempre me ha interesado el carácter eminentemente práctico-político de los conceptos, lo cual hay que diferenciar muy bien del espíritu calculador e instrumental que supone al Hombre como fundamento del conocimiento y en supuesto control de una realidad estabilizada a través de las operaciones lógico-matemáticas y conceptuales. Me veo obligado a hacer esta precisión inicial porque de entenderse el uso estratégico de los conceptos como un uso instrumental, estaríamos pensando de una manera tal que no solo no plantea ninguna fricción significativa respecto al orden especista, por lo menos en lo que respecta a su política de la verdad, sino que incluso lo robustece. En esa misma línea estratégica no instrumental, suelo emplear lo que Irigaray llama la estrategia de la mímesis lúdica o paródica, que básicamente consiste en alterar ciertos términos a través de su repetición con la finalidad de producir nuevos efectos. De ahí que mi reconceptualización del especismo, pero también de otros conceptos como el de veganismo, no solo no me pertenezca del todo ni sea algo que esté bajo mi completo control, sino que tampoco es una labor abstracta, intelectualista, aunque es un modo materialista de pensar. Me gustan los conceptos indóciles, no domesticados, animales, muy afines a una racionalidad corporizada.
Ahora bien, cuando decimos que el especismo es un orden lo que estamos apuntando es que, precisamente, este debe cartografiarse y confrontarse de manera situada. Resulta infructuoso y peligroso abordar el especismo de forma universalista y ahistórica, o como sinónimo de mera “discriminación basada en la especie”. No obstante, podríamos apuntar algunas generalidades en lo que respecta a su manifestación típicamente moderna, o moderno-colonial, que es en lo que yo me he concentrado. Así, en primer lugar, se trata de un orden que produce y reproduce la dominación animal. En segundo lugar, está fundamentado en la dicotomía jerárquica humano/animal. Y, en tercer lugar, se compone de espacios diferenciados, saberes, técnicas, tecnologías y dispositivos y, como todo orden, es tanto un campo de infinitas fuerzas en juego, fuerzas tecno-bio-físico-sociales, como la relativa sedimentación de estas. Examinemos estos elementos con un poquito de calma.
El especismo, considerado como orden, es una suerte de gran máquina mortífera, literalmente mortífera, pero también muy productiva, como toda máquina tecno-bio-físico-social, y además constituida por múltiples componentes que mutan en el tiempo. Sin embargo, su funcionamiento tiene la finalidad de producir y reproducir la dominación animal, por lo que haríamos mal si nos enfrascamos en cartografías que olviden u obliteren la cuestión de la dominación, como ha sucedido en el campo de los animal studies o “estudios sobre la relación humano/animal”. Los estudios críticos animales son, precisamente, un esfuerzo multi-, trans-, contra- e incluso in- disciplinar, e indisciplinado, por comprender, transformar y afirmar alternativas vitales frente a la dominación animal.
Entonces, ¿qué entender por dominación animal? Por un lado, la dominación a secas puede describirse, y en esto sigo a autores como Michel Foucault, Gilles Deleuze y Félix Guattari en su recuperación crítica de Nietzsche, como una situación global de endurecimiento o sedimentación de un campo o multiplicidad de fuerzas en juego. La dominación, como dirían estos autores, es un fenómeno macrofísico o macropolítico, pero que se construye en un campo microfísico que siempre le es inherente o inmanente. De ahí que un estado de dominación nunca pueda ser, en sentido estricto, absoluto. Si siempre hay resistencia, y si toda posición de poder es perecedera y “reversible”, es debido a que las jerarquías, las posiciones de mando y subordinación, los modos de explotación, y los saberes y dispositivos en general que las perpetúan, son solo el “efecto” de fuerzas que contribuyen a reforzarlas, pero que también terminan por minarlas. Desde las alturas el Coliseo romano daba la impresión de un imperio eterno, pero ese mismo imperio terminó, como toda formación social, desmoronándose, y hoy del Coliseo solo conocemos sus ruinas. Cotidianamente atendemos a la aparición de fuerzas que, en todos los lugares, refuerzan la dominación animal, pero también, y cada vez con mayor ímpetu, a la expresión de fuerzas que minan y se resisten a la dominación. Los propios animales no humanos resisten, pero también los movimientos animalistas, las y los médicos veterinarios, biólogos y zootecnistas insumisos respecto a su formación especista, las y los “humanistas” críticos del “excepcionalismo humano” promovido por sus propias disciplinas, los refugios, albergues y santuarios, las transformaciones en la alimentación, las intervenciones a nivel jurídico, etcétera.
Dicho lo anterior, la dominación es una etiqueta interesante porque permite conjugar por lo menos tres dinámicas entrelazadas, aunque diferentes: subordinación, explotación y sujeción animal. A menudo la crítica a la dominación se reduce a la crítica de la subordinación con el fin de llevar a cabo explotación, y esto en efecto ocurre, pero la subordinación puede ocurrir sin explotación. La subordinación es la asunción de una relación jerárquica entre “humanos” y “animales”. Acontece cuando se da por sentada la superioridad de los primeros y la inferioridad de los segundos. Esto ocurre, por ejemplo, cuando utilizamos un lenguaje especista en donde numerosos epítetos negativos coinciden con diversas especies animales: burros, zorras, harpías, víboras, cerdos, perras, bestias, etcétera. Pero también ocurre cuando deslegitimamos la preocupación por los demás animales y decimos “son tan solo animales”, o cuando legitimamos el consumo de productos de origen de explotación animal mediante el uso de ideas como “los animales están hechos para eso”, una expresión a menudo desplegada también en relación con humanos históricamente animalizados como las personas esclavizadas, las personas racializadas como negras e indígenas, las mujeres, etcétera.
La explotación, por su parte, consiste en la reducción de un viviente o un conjunto de vivientes, a cosas, objetos o propiedades a través de los cuales se puede extraer algún tipo de beneficio, sea económico o de otra índole. Esto, por supuesto, ocurre en la llamada “industria ganadera”, ese es el gran referente de la explotación animal contemporánea, pero también, por ejemplo, cuando reducimos a un perro o gato a “mascota” o “animal de compañía”, es decir, a objeto del cual extraer un beneficio o utilidad como el “amor”, la “compañía”, el “entretenimiento”, etcétera. La idea de que “el perro es el mejor amigo del hombre” resulta totalmente afín a la explotación del perro, ya que cuando este deja de comportarse como un “amigo fiel” puede ser fácilmente desechado y violentado. Esta misma función también la podemos observar, aunque de otra manera, en lugares como parques acuáticos, zoológicos y acuarios, allí los animales no son solo subordinados, sino explotados, reducidos a propiedades, cosas u objetos de los cuales extraer una utilidad económica y beneficios asociados al “entretenimiento” y el “bienestar” humano. Finalmente, la sujeción acontece cuando un animal es producido y educado con el fin de que quede atado a su propio cuerpo o sus propios comportamientos en beneficio del orden especista y, por ende, de la reproducción de la dominación animal global. El ejemplo que suelo presentar aquí es el de las llamadas “gallinas ponedoras”. Se trata de gallinas cuyos cuerpos han sido modificados de tal manera que, incluso cuando ya no se encuentran en dispositivos como las granjas industriales sino en santuarios, no pueden evitar poner muchos huevos, lo cual genera enfermedades bastante dolorosas en muchas de ellas. También ocurre cuando animales como perros u osos son entrenados para peleas, competencias o para el entretenimiento humano; deshacer esos comportamientos es a veces muy difícil. Este mismo fenómeno lo podemos ver asimismo en bioterios o laboratorios de experimentación animal y en zoológicos. El punto es que los animales quedan atados a sus propios cuerpos o comportamientos a través de dispositivos y técnicas concretas, en función del orden especista. Por supuesto, la subordinación, la explotación y la sujeción suelen darse de manera concomitante, pero también acontece que se dé una sin la otra. Cartografiar el orden especista es cartografiar la dominación animal, aunque también todo lo que la mina, y por lo tanto cartografiar la manera específica en la que se manifiesta la subordinación, la explotación y la sujeción.
De otro lado, apuntaba que el orden especista se fundamenta en la dicotomía humano/animal. Se trata de una dicotomía que no solo traza una frontera entre lo humano y lo animal, sino en donde lo animal es subordinado, comprendido como inferior, y al tiempo proyectado como lo que no-es-humano. A menudo digo que el animal, así, en singular, como diría Derrida, es apropiado en un doble sentido: no solo las vidas animales y sus productos son apropiados por los seres humanos, sino que, ontológicamente, “el animal” no tiene nada propio, se define como lo humano invertido o inacabado: si el ser humano es racional, entonces “el animal” es irracional o menos racional, y así sucesivamente. Esta definición invertida o inacabada respecto al Hombre como norma es algo que ha operado sobre los animales, pero también sobre humanos históricamente animalizados como las mujeres, las y los niños, las clases populares, las personas con diversidad funcional, las personas racializadas y disidentes sexuales, etcétera. Lo anterior muestra que, pese a que la dicotomía humano/animal sea una constante, quién es humano y quién es animal es algo que ha cambiado a lo largo de la historia. Esta dicotomía está muy asociada, entonces, a lo que denominamos zooantroponormatividad, tecnologías de especificación, biopoder, antropo-poder, etcétera.
Es decir, lo humano y lo animal, en su especificidad histórica, se produce de manera diferencial y a través de diversas técnicas, tecnologías y dispositivos, a través de cosas tan complejas como los grandes discursos filosóficos sobre la “naturaleza humana” y tan simples como un aviso que dice “Prohibido el ingreso de animales” o “Prohibido el ingreso de mascotas”; en ambos casos, tanto en el del discurso filosófico como en el del aviso, hay algo que es realizativo o performativo y no meramente descriptivo, algo que genera o produce semiótico-materialmente, para decirlo con Haraway, lo humano y lo animal y los límites entre lo uno y lo otro. El aviso, fuera de una restricción que a veces puede llegar a ser legítima, contribuye a la producción de lo que soy por contraste con eso que no soy: un animal. Esa clasificación, ese conjunto de técnicas, tecnologías y dispositivos, sitúan al especificado o producido como humano en una posición tal que puede ejercer un poder que otros no: el antropo-poder. Así, aquello que los humanos y los animales, en su diversidad y variabilidad histórica, pueden y no pueden hacer, es una cuestión enteramente material y relacional. El poder de actuar y el ejercicio de poder varía en función de la multiplicidad de ensamblajes en las que los animales y los humanos son producidos. En términos modernos tenemos dispositivos como los zoológicos y museos, las granjas tradicionales tecnificadas e industriales, los laboratorios de experimentación animal o bioterios, la familia moderna, los criaderos, etcétera. Cada uno de estos dispositivos produce física y discursivamente diferentes tipos de animales: los salvajes, los domesticados, los de laboratorio, las mascotas o animales de compañía, etcétera. Esto involucra espacios concretos, pero también saberes como los de la biología, la medicina veterinaria, la zootecnia, la nutrición, entre otros.
El orden especista, al tener como fundamento la dicotomía jerárquica humano/animal, funciona a partir de un ideal normativo de Hombre, el conocido ideal de Hombre adulto, propietario, blanco, neurotípico, corporalmente “íntegro”, etcétera. Es, por supuesto, un ideal, que nadie encarna absolutamente pero que sirve de norma reguladora y es (re)producido y presupuesto por las técnicas, tecnologías y dispositivos especistas. El especismo, por lo menos en su manifestación moderno-colonial, es un orden global que opera en formaciones sociales capitalistas, neocoloniales y (hetero)patriarcales. Se trata de órdenes que se pueden separar o distinguir de manera analítica, pero que siempre se expresan al tiempo, aunque en diferentes intensidades, en las formaciones tecno-bio-físico-sociales a analizar e intervenir. Por lo tanto, el punto de partida siempre es “interseccional”, pese a que pueda hacerse referencia a órdenes diferenciados y sus respectivos campos de estudio. La ventaja que tiene hablar de una pluralidad de órdenes, con límites y genealogías borrosas entreveradas, es impedir el aplanamiento teórico-político en “una causa de opresión fundamental” o “una lucha fundamental”. Las luchas son heterogéneas porque la realidad misma lo es, pero esto no se debe confundir con políticas liberales o neoliberales de la identidad, que lo que provocan es, a menudo, obviar la complejidad e historicidad semiótico-material de los órdenes y disolver la política en políticas de la representación o políticas culturalistas asociadas a la diversidad de mercado. Hay que tener en cuenta que no se conoce ningún orden especista que no sea a su vez patriarcal, y que no se conoce ningún capitalismo que no sea patriarcal y especista, además su configuración no se puede disociar de las dinámicas coloniales que, como lo han mostrado movimientos y autores latinoamericanos y latinoamericanas, estructuran redes de relaciones alrededor de la racialización humana desde el siglo XVI.
En el libro Rebelión en la granja: Biopolítica, zootecnia y domesticación (Desde Abajo, 2017) abordo con detenimiento esa cuestión. Allí muestro, a través de una suerte de aproximación arqueológica y en parte genealógica a la zootecnia, que desde el siglo XVI se asume que los pueblos más desarrollados o civilizados son aquellos que no solo han perfeccionado la domesticación, sino que la han tecnificado al punto de producir una diversidad ingente de razas con diversos fines, coincidiendo esto con el desarrollo mismo de la zootecnia en el mundo blanco-occidental, mientras que las sociedades con bajos niveles de domesticación y tecnificación de la domesticación, las no blancas-occidentales, se asumen como atrasadas o inferiores, ocupando el peor lugar los pueblos racializados como negros e indígenas. Así, a mayor racialización y dominación humana, mayor racialización y dominación animal; de hecho, un viejo manual de zootecnia llega a aseverar que los “negros” y “negroides” son tan poco desarrollados que no han logrado domesticar un animal como el antílope oreas canna, que parece casi que “hecho para la domesticación”. Todo esto soportado en mitos judeo-cristianos que, aunque ya no se defiendan tan enérgicamente, siguen teniendo una huella muy profunda, violenta y viva en nuestras formaciones sociales occidentalizadas. A esto le podemos añadir que las dietas vegetarianas han sido asociadas a pueblos y sujetos débiles, y por lo tanto concebidos como inferiores, empezando por las mujeres, mientras que el acelerado sacrificio animal se imagina como necesario para el mejoramiento y purificación de la propia raza: “el consumo de carne nos hace más sanos, viriles, fuertes, mejores, más inteligentes”, se dice, e incluso a veces se retrotrae dicha idea al proceso mismo de hominización y desarrollo cerebral. Se une de este modo un imperativo biopolítico moderno a una vieja historia colonial y patriarcal totalmente afín al marketing y el consumo de cadáveres producidos cada vez con mayor “rigor científico”.
Pero hablar de dominación animal es también hablar de la dominación del cuerpo y la naturaleza, producida a menudo como pasiva, bruta e indómita. El especismo, por ende, tampoco se puede disociar de la dominación generalizada sobre la naturaleza y que hoy está ligada a la crisis ecológica que, como toda crisis, el capitalismo intentará usar para relanzarse con otro rostro. De hecho, los humanos producidos por las formaciones sociales patriarcales, coloniales, capitalistas y especistas contemporáneas son cada vez más “transhumanos”. Los límites de sus cuerpos se desdibujan para incorporar un conjunto de “mejoras”, de transformaciones que continúan presuponiendo no solo dejar atrás a los más débiles y los menos aptos, sino el sacrificio de los animales no humanos y la naturaleza en general. Un buen ejemplo es la “carne orgánica” o los “huevos de gallinas felices”. Estos son productos vendidos como alimentos con una doble promesa: la superioridad física y moral. Tenemos humanos no solo “bien alimentados”, “sanos”, sino con “elevada conciencia del bienestar animal y ambiental”. Pero a la par que se producen estos nuevos “transhumanos”, para quienes se proyectan diversas alternativas de consumo como la carne producida en laboratorio y otras asociadas a la llamada food tech, se producen nuevos dispositivos y tipos de animales para satisfacer necesidades inéditas: la “gallina feliz” es producida por las “granjas ecológicas”, por ejemplo. Nuestros análisis del especismo deben comprender todas estas mutaciones contemporáneas. Este es un tema que exploré en el artículo Los animales ante la muerte del Hombre: (tecno)biopoder y performances de la (des)domesticación, publicado en el número 31 de la revista Tabula Rasa. En fin, solo basta empezar a investigar un problema asociado al funcionamiento del especismo para que empiecen a aparecer los demás órdenes. Aquí lo que queda es todo el trabajo del mundo por hacer.
G.A. Entre los múltiples conceptos relevantes que presentáis en el glosario el antropo-poder y la zooatroponormatividad constituyen un eje que facilita la compresión de cómo se conforma y legitima el especismo antropocéntrico ¿Podrías explicarlos?
I.A. Quizás “antropo-poder” y “zooantroponormatividad” sean dos de los conceptos más interesantes del Glosario de resistencia animal(ista). Los delineé hace diez años en el libro-panfleto De la isla del doctor Moreau al planeta de los simios: la dicotomía humano/animal como problema político (Desde Abajo, 2013), pero no han tenido el desarrollo que me hubiera gustado darles, sobre todo por un tema de tiempo. De hecho, Anahí González es quien ha venido publicando trabajos afines al concepto de zooantroponormatividad, especialmente por su cercanía a autorxs como Butler, Preciado y otrxs asociadxs al transfeminismo y la teoría queer en general. También porque se ha enfocado en todo el tema de la precariedad y su distribución necrobiopolítica moderno-colonial. Su hipótesis, que yo comparto, por supuesto, es que los animales no humanos, al estar alejados del ideal regulador que es el Hombre, se ven expuestos a violencias inauditas. No obstante, la precariedad compartida constituye igualmente un potente lugar de alianza inter y transespecie, contra el especismo y su zooantroponormatividad.
Cuando propuse el concepto de zooantroponormatividad tenía en la cabeza otros conceptos como matriz heterosexual, hegemonía heterosexual y heteronormatividad, asociados bastante a la obra de Judith Butler, pero también la noción de lo realizativo o performativo. Lo que plantea Butler es que los “géneros inteligibles”, en los que hay coherencia entre género/sexo/deseo/práctica sexual, es decir, hombres y mujeres cisheteros, no son más que el efecto fetichizado de prácticas repetitivas, que producen, realizan o performan lo que simplemente dicen presuponer. En otras palabras, todo el tiempo nos esforzamos, aunque no necesariamente de manera consciente, por caminar, hablar, vestir y en general existir como hombres o mujeres, pero esos actos cotidianos, que se repiten una y otra vez, se abstraen, producen el ideal de hombre y mujer cishetero, que luego se pasa simplemente a tener como dato, entonces invertimos el orden de la realidad y ya no percibimos que la masculinidad o la feminidad son, por ejemplo, el efecto abstraído, fetichizado, de un modo de caminar, de un modo de vestir, de un modo de hablar, sino que si caminamos, hablamos y vestimos así es debido a que, de antemano, “somos hombres” o “somos mujeres”. La teoría de la performatividad nos muestra una realidad procesual, que se hace constantemente, como diría Karen Barad, pero que en su reiteración genera efectos fetichistas dando lugar a matrices de inteligibilidad como la matriz heterosexual, fundamental a la hora de explicar la normalización de la cisheterosexualidad, en la que, por demás, los géneros son organizados de manera jerárquica.
Mi comprensión del especismo y sus dispositivos es ciertamente performativa o realizativa, apela a una realidad procesual. Justamente por eso aludo a técnicas, tecnologías y dispositivos. Los animales y los humanos no están hechos de una vez y para siempre, dados, no son meros datos biológicos tampoco, son producidos de manera performativa, tanto a nivel biofísico como discursivo. El concepto de zooantroponormatividad le apunta a explicar, entonces, cómo es que se constituye la dicotomía humano/animal, o mejor, es la matriz cultural que ha hecho inteligible lo humano como diferente y superior a lo animal, es una matriz que se encuentra incorporada al sentido común cotidiano, pero como toda matriz es producto de prácticas. Para volver al ejemplo del aviso que dice “Prohibido el ingreso de animales” o “Prohibido el ingreso de mascotas”, ese hipotético aviso es a menudo leído a través de la incorporación cotidiana de la zooantroponormatividad, ya que la gente automáticamente asume que como no es una mascota o un animal, puede ingresar al establecimiento. Es la zooantroponormatividad la que normaliza este tipo de cosas y hace inteligibles las relaciones especistas humano-animal. Sin embargo, cuando entendemos que dicha inteligibilidad es producto de una matriz que es el efecto histórico de una serie de actos fetichizados, de técnicas, tecnologías y dispositivos en acción, podemos ubicar al aviso mismo como una tecnología de especificación que, en la medida que funciona, que opera, repite y (re)produce así unas normas de especie, es decir, unas normas que dictaminan quiénes son y dónde deben estar los humanos y los animales. El problema es que esas normas son fetichizadas, abstraídas y convertidas en dato inicial habitual.
Por su parte, el concepto de antropo-poder intenta confrontar la idea de que los humanos son superiores a los animales y la naturaleza debido a atributos inherentes, sea la técnica, la razón, el lenguaje, etcétera. Todo lo contrario, el antropo-poder es también un producto del orden especista. Es el poder de obrar y el poder que ciertamente pueden ejercer los seres humanos, pero lo pueden ejercer por ser construidos y clasificados como tales en el contexto de ensamblajes concretos. Por ejemplo, en el dispositivo bioterio o laboratorio de experimentación animal con seguridad el investigador puede ejercer el antropo-poder, pero lo puede ejercer debido a que el propio dispositivo a la vez que produce física y discursivamente al “animal de laboratorio” produce su contraparte, a saber, el investigador o científico humano. Me explico mejor: es debido a que el científico es producido en tanto tal que puede, por ejemplo, asesinar impunemente una gran cantidad de roedores producidos concomitantemente como “animales de laboratorio” y reducidos a “datos abstractos” o “modelos”. El poder que puede desplegar este ser humano sobre este animal solo se comprende en ese conjunto preciso de relaciones y no en otras, por lo tanto no es un poder que le pertenezca al humano en tanto miembro de la especie humana abstracta, o sencillamente por haber nacido con tales o cuales capacidades o medios. Esto explica que si un ser humano cualquiera entra al laboratorio y asesina diez ratones por simple “curiosidad” de ver cómo mueren probablemente sea mirado con repudio, pero si un ser humano, en virtud del dispositivo científico, es producido como investigador y asesina un mismo número, u otro mayor, sea comprendido e incluso aplaudido. Es decir, lo que un ser humano en contraste con otro puede hacer, lo que respectivamente les es o no permitido, etcétera, depende del funcionamiento situado del especismo. No existe tal cosa como la superioridad abstracta de los seres humanos sobre los animales, sino ejercicios de antropo-poder diferenciales que dependen del lugar en entramados de relaciones muy complejos. Nuestro enemigo no es el hombre, tal cosa, de hecho, es un ideal normativo constitutivo del especismo, nuestro enemigo es la dominación animal y, por consiguiente, el orden especista que la produce y reproduce continuamente, pero que también presupone la zooantroponormatividad y que reparte de manera diferencial el antropo-poder.
G.A. ¿Qué posibilidades de resistencias animal(istas) emergen ante estos dispositivos?
I.A. El hecho de que el orden especista funcione de manera performativa significa que este se encuentra siempre relativamente sedimentado, que está en continua construcción, pero que por ello mismo las posibilidades y situaciones de resistencia y emancipación pululan. Ontológicamente somos plaga inextirpable. Es a lo mismo que me refería cuando usaba las nociones de macrofísica y microfísica: macrofísicamente la dominación especista y el orden entero se muestran bastante sólidos y más mortíferos que nunca, pero microfísicamente esas grandes formas sociales, como los dispositivos que hemos mencionado, son efectos de fuerzas, de haceres, de acciones continuas, y cada acción es una oportunidad para alterar el orden. Eso explica, por ejemplo, como dije hace un momento también, que haya médicas o médicos veterinarios rebeldes, e incluso zootecnistas, que no solo hayan decidido denunciar la explotación animal sino volcar sus conocimientos en contra del orden especista. Conozco varios ejemplos de santuarios rurales y urbanos en donde los conocimientos de la medicina veterinaria circulan a contrapelo de lo esperado por el orden especista.
También hay que tener en cuenta que los propios animales resisten allí donde se los intente someter a la dominación. En fin, el orden especista se construye sobre la negación de la potencia vital de los animales y los seres humanos históricamente animalizados, intenta diseñar vidas y productos a su medida, como el “huevo perfecto” o el “perfecto oncorratón”, pero la vida no cesa de expresarse y resistir. No obstante, la resistencia espontánea, ontológica, vinculada a la fuerza vital animal, es insuficiente. El papel crucial de nuestra razón corporizada, animal, está en olfatear los territorios, cartografiar bien el especismo, de manera localizada, y procurar así el encuentro de fuerzas subversivas. El objetivo, en última instancia, consiste en provocar la confluencia de líneas o fuerzas, de prácticas, de acciones multisituadas, capaces de alterar y deshacer la máquina especista. A eso es a lo que le llamo veganismo. El veganismo no es un estilo de vida, mucho menos una dieta, es la pluralidad de fuerzas o prácticas que, en su confluencia, redundan en la construcción de formas de vida alternativas y antagónicas al especismo. No hay seres humanos “veganos”, lo último que necesitamos es una nueva identidad moral o de mercado, sino prácticas veganas, veganismos en plural, así no se nombren como tales.
Cuando me refiero a formas de vida estoy haciendo alusión a nuevos ensamblajes tecno-bio-físico-sociales en los que participan tanto humanos como no humanos. No es suficiente tener potentes embestidas, gritos de rechazo contra la dominación; la potencia de la vida animal, “humana” o “no humana”, debe expresarse también al nivel de la configuración de novedosos territorios existenciales, partiendo desde el lugar en que nos encontremos y con las herramientas que tengamos a mano, o con el suelo que tengamos bajo las patas. A nivel jurídico, en todo caso, el objetivo es totalmente claro: levantar el estatus de cosa, propiedad o recurso que hoy tienen los demás animales, lo cual implica el reconocimiento inequívoco del derecho a la vida, la libertad y la integridad corporal, tanto física como mental. Nuestra postura es, entonces, abolicionista en un sentido clásico, pero también en uno novedoso, no se trata solo de abolir la dominación formal, sino la dominación semiótico-material, lo cual significa atacar y no meramente reformar el especismo concebido como orden tecno-bio-físico-social. Los modos de hacerlo son diversos, ya se encuentran en marcha, algunos no son evidentes ni grandilocuentes, pero algo es seguro, no soy nadie para prescribirlos, soy un miembro más del cardumen.