Australia está viviendo la peor temporada de incendios forestales de su historia. Aunque los fuegos son frecuentes durante el verano australiano, el cambio climático está agravando el fenómeno conocido como el dipolo del océano Índico, lo que ha llevado a que este año se registren temperaturas récord y sequía extrema en todo continente. Estas condiciones han propiciado que los incendios empezaran antes de lo habitual y que, por consiguiente, a día de hoy, las llamas hayan arrasado con más de 10,3 millones de hectáreas, una superficie superior al territorio de países como Portugal o Hungría. A su paso, el fuego se ha cobrado 28 vidas humanas y ha calcinado más de 2000 viviendas pero aún ha resultado más atroz para los animales no-humanos. Según Christopher Dickman, profesor de Ecología Terrestre de la Universidad de Sidney, más de 1.000 millones de animales no-humanos han muerto a causa de los incendios. Una cifra que estimó a partir de los datos de densidad de mamíferos, aves y reptiles por hectárea en Nueva Gales del Sur, reportados en un informe del Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF) en 2007. Aunque no deja de ser una aproximación ya que no tiene en cuenta otras clases de animales como insectos o anfibios ni que los incendios se han propagado a otros estados, como Victoria, cuya densidad de no-humanos es distinta. De igual manera no es posible estimar cuántos han logrado escapar del fuego aunque desgraciadamente, en los incendios, los animales no-humanos no sólo mueren calcinados o asfixiados. Aquellos que sobreviven pueden morir posteriormente debido a la falta de alimento, agua o refugio y como consecuencia de la destrucción de su hábitat pueden convertirse en presas fáciles para sus depredadores. 

Las imágenes y vídeos de los no-humanos víctimas de los fuegos de Australia han dado la vuelta al mundo. Gracias a su difusión en redes sociales, se ha conseguido que en plena crisis humanitaria se reconozca también a los no-humanos como víctimas. Las organizaciones y personas voluntarias se han volcado a ayudarles como pueden: dejando agua y alimento a su alcance, transportando en sus vehículos a los heridos hasta centros veterinarios e incluso acogiéndoles en sus hogares. Ante esta situación de vulnerabilidad, las instituciones políticas también se han puesto las pilas: el gobierno de Nueva Gales del Sur ha organizado helicópteros encargados de distribuir toneladas de tubérculos y el gobierno Australiano ha anunciado que aportará 31 millones de euros para ayudar a la recuperación de la fauna salvaje. Estas medidas, positivas y necesarias, son, sin embargo, insuficientes y previsiblemente especistas. Todas ellas se centran en la protección de las especies endémicas, que no se hallan en ningún otro lugar del planeta. Esto incluye los marsupiales más icónicos, como son los koalas y canguros, pero también a otras especies más amenazadas como los ualabí de cola cepillo de las rocas, la cacatúa lustrosa negra o el dunnart, un pequeño ratón marsupial, entre muchas otras. Aquellos individuos que entren en las categorías de endémicos o en peligro de extinción, se beneficiarán de mayores ayudas debido al interés que existe desde la perspectiva ecologista y conservacionista de preservar estas especies. 

Desafortunadamente, muchos otros animales no correrán la misma suerte. Parte de los 31 millones que mencionamos anteriormente se destinarán al control de depredadores de especies protegidas, es decir, a la captura y asesinato de especies como los zorros rojos o los gatos salvajes, quienes además son no-autóctonos. El binomio de ser depredadores y foráneos hace que desde el conservacionismo se cree un discurso xenófobo y de odio irracional hacia estos individuos, lo que justifica su persecución y ejecución ante los ojos de la sociedad. Pero este exterminio no ha sido el único propuesto para paliar las consecuencias de tal catástrofe medioambiental. El miércoles 8 de Enero, el Departamento para el Ambiente y el Patrimonio de Australia anunció un plan de 5 días para asesinar a 10.000 camellos (de nuevo, especie no-autóctona) con armas de fuego y desde helicópteros. La justificación que proporcionaron para tal atrocidad es que los camellos están escapando de las zonas más secas y, en su búsqueda de agua, ponen en peligro las infraestructuras y comunidades aborígenes. Además, estos animales emiten gas metano, un gas de efecto invernadero que contribuye al cambio climático. Esta argumentación es insostenible ya que el gasto de agua o la emisión de gases de efecto invernadero que se atribuye a los camellos son ínfimos al lado de los producidos por los humanos. De hecho, la humanidad perpetúa la explotación de otras especies a un coste medioambiental mucho más alto. En el caso de Australia, entre el 20% y el 30% del agua se destina a la ganadería. Un sector que, además, es responsable del 18% de las emisiones de gas de efecto invernadero. Ante esta realidad, acabar con la ganadería sería mucho más útil que disparar camellos. Los animales criados para consumo tampoco se han librado de las consecuencias de los incendios. En muchos casos, estos animales fueron abandonados a su suerte cuando sus explotadores decidieron huir de las zonas de peligro. Sus muertes se elevan a más de 100.000 y los supervivientes heridos son asesinados con un disparo en la cabeza. Dado que están asegurados, resulta más rentable dejarles morir y cobrar el seguro que organizar un traslado o pagar los gastos médicos de los heridos. 

Los fuegos de Australia han sacado a la luz el valor que nuestra especie atribuye a las vidas no-humanas. Como ya es habitual, el interés se centra sólo en la preservación de ciertas especies mientras que otras son olvidadas o incluso perseguidas. Ante el argumento xenófobo que pretende justificar el asesinato de animales sólo por pertenecer a una especie no-autóctona, debemos recordar que si estas especies han llegado a Australia ha sido porque la nuestra los ha trasladado allí por interés. Todos estos animales, independientemente de su especie u origen, sólo buscan sobrevivir a la catástrofe. Una catástrofe de la que el ser humano es enteramente responsable. Ahora que hemos presenciado de forma inequívoca los devastadores efectos del cambio climático, es el momento de reflexionar sobre nuestra responsabilidad y pasar a la acción. El planeta tierra no es propiedad nuestra, sino que es nuestro hábitat y también el hogar de millones de individuos no-humanos muy diferentes a nosotros pero iguales en lo esencial: todos queremos vivir nuestra vida en libertad y libres de sufrimiento.

 Referencias:

https://www.worldwildlife.org/stories/australia-s-devastating-bushfires

https://www.bbc.com/mundo/noticias-50525974

https://www.bbc.com/mundo/noticias-51049471

https://elpais.com/sociedad/2020/01/12/actualidad/1578856851_053264.html

https://www.abs.gov.au/AUSSTATS/abs@.nsf/7d12b0f6763c78caca257061001cc%20588/330bc8fdfd50bee4ca2573c6001049f9!OpenDocument

http://www.fao.org/newsroom/en/news/2006/1000448/index.html

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