Mientras se obvia que millones de animales mueren aplastadas en vehículos a motor, trenes o aviones en nuestro país (y resto del planeta), una parte de la comunidad científica se empeña en atribuir a una sola especie (las gatas) la pérdida de biodiversidad en entornos rurales y urbanos. El informe del Ministerio para la Transición Ecológica y Reto Demográfico (MITECO) recientemente publicado, pone cifras sobre la mesa.
Resulta innegable que la actividad antrópica tiene un impacto (generalmente negativo) en todas las especies del planeta, siendo las infraestructuras de transporte, junto con la caza y los incendios forestales, una de las principales causas de pérdida de biodiversidad mundial (Álvarez, 2003; Lauren et al., 2014). Los trenes, los vehículos a motor y las aeronaves arrollan, atropellan y golpean a muchas animales con resultado de muerte. El paso de vías de tren, carreteras y la construcción de zonas aeroportuarias destruye sus hábitats provocando la fragmentación de sus poblaciones y causando disminución de la eficiencia biológica de las especies afectadas (Fahrig, 2003 y Fahrig, 2009). Aunque las carreteras suponen un gran avance en las comunicaciones y el transporte de mercancías, también son la vía de entrada para la colonización humana de espacios, lo cual influye muy negativamente en mantenimiento de los ecosistemas (Ibisch et al., 2016; Watson et al., 2018).
Los efectos devastadores de esta destrucción de hábitats solo se hacen visibles a mediano y largo plazo, cuando ya suelen ser irreversibles. Las perdidas en vidas de animales son inconmensurables. El sufrimiento de las animales heridas y abandonadas a su suerte, y la muerte dolorosa para muchas de ellas es lo que realmente nos motiva a elaborar esta pequeña revisión de los trabajos que ponen cifras a la tragedia. El objetivo es poner el foco en aquello que realmente las está aniquilando, para que no se deriven responsabilidades en otras especies (como las gatas o las cotorras) acusándolas de acabar con la biodiversidad cuando también son víctimas de nuestra frenética actividad e invasión de espacios. Es urgente tomar medidas para evitar estas muertes y elaborar planes de actuación que permitan asistir a las animales malheridas, que hasta ahora agonizan abandonadas en el asfalto.

Gatas sobre el asfalto. Crédito de la imagen: Sami Abdullah (Pixabay)
Las gatas conducen muy rápido. Vuelan muy alto
Es desgarrador encontrarse con cadáveres de animales durante nuestros desplazamientos cotidianos, ya sea en zonas urbanas o rurales. En medio de la calzada, en los arcenes, en la cabecera de los trenes… El panorama en las ciudades es lamentable: aves como palomas, gorriones, mirlos, urracas y cotorras quedan malheridas o mueren atropelladas y quedan abandonadas en las calzadas, incluso en vías urbanas con velocidad limitada a 20 o 30 km/h. Lo mismo ocurre con pequeños mamíferos como gatos, roedores, perros, conejos y liebres. En las carreteras en el ámbito rural, a las especies anteriormente mencionadas, se le suman anfibios y pequeños reptiles.

Culebra verde transitando por el asfalto en Argentina. Crédito imagen: Alix Lee (Pexels)
Las zonas aeroportuarias (construidas previo estudio de viabilidad) se llevan por delante la vida de muchas aves migratorias. Un estudio del International Bird Strike informa que se registran más de 50.000 “colisiones” de aves en el mundo, algo que sin duda empeorará con el aumento del número de vuelos. Para evitar que los aviones golpeen contra las aves (recordemos que estas están en su medio natural, y no son las que chocan con los aviones) se toman medidas que producen también graves daños en los grupos locales, como es el uso de rapaces para disuadirlas y depredarlas según explica la organización Aeronautical Enviroment Federation en su web oficial. En cuanto al transporte ferroviario, un estudio de la revista Frontiers in Ecology and Evolution afirma que cada 350 kilómetros se atropella un pájaro, lo que se traduce en 60.500 aves al año (García de la Morena et al., 2017). Estos datos no incluyen a las animales que mueren electrocutadas por las catenarias o por chocar con puentes y vallas de las áreas perimetrales a las vías, por lo que la cifra real debe ser muy superior.

Palomas descansando. Crédito imagen: Pixabay
El impacto de las infraestructuras de transporte sobre las individuas que se ven obligadas a cruzar carreteras o vías de tren es alarmantemente alto. Es esencial obtener los datos necesarios para prevenir y mitigar este daño. Cómo hemos mencionado anteriormente, las redes de transporte rompen los hábitats y reducen las poblaciones de diversas especies, llegando incluso a hacer desaparecer a algunas de ellas en entornos muy específicos. Un ejemplo claro es la extinción local de los sapos comunes en la Comunidad de Madrid, cuyo declive se atribuye al tráfico rodado en la carretera M-301. Cada año, entre octubre y enero, se produce la migración reproductiva de estos anfibios hacia un embalse cercano. Durante este proceso, deben cruzar un tramo de carretera que atraviesa un área protegida: el Parque Regional del Sureste. Al llegar a un muro de hormigón, se ven bloqueadas y atrapadas, lo cual resulta en la muerte de muchas de ellas (Martínez, 1992).
Las otras cifras de la tragedia en las carreteras
Los principales estudios que se tienen con datos objetivos sobre atropellos de animales por infraestructuras de transporte se centran en aquellos que derivan en accidentes que implican daños en las humanas o pérdidas económicas. Hasta hace relativamente poco tiempo, no se tenían apenas datos de mortalidad de la fauna que genera el tráfico rodado en pequeños vertebrados, y la poca literatura existente adolecía de una recogida y registro poco estandarizada. Era (y sigue siendo) muy necesario diseñar estudios con una sistematización de todo el proceso para obtener estimaciones más fiables.
El primer estudio sistematizado realizado en la península ibérica data de 2003 (Proyecto Provisional de la Mortalidad de Vertebrados en Carreteras, 2003) y reflejaba una estimación de 33 millones de pequeñas vertebradas, pero desde que se hizo dicho estudio al 2021 se observó un importante declive en las poblaciones de anfibios y pequeños reptiles. Estos grupos se ve especialmente afectados porque su estilo de locomoción lenta y porque necesitan desplazarse para alimentarse o para desovar (Andrews et al., 2015; Jacobson et al., 2016). De ahí que desde el MITECO se impulsara la iniciativa Stop Atropellos de Fauna Salvaje en España (SAFE), basada en la recogida de datos sistematizada por parte de cientos de voluntarias cuya labor fue registrar los cadáveres allá donde los encontraban.
Los resultados publicados por el MITECO hace unas semanas son desoladores: el estudio estima que 55 millones de pequeñas vertebradas mueren cada año debido a la actividad humana relacionada con el transporte, confirmando que anfibios y reptiles son las especies más vulnerables.

Tabla de estimación del número de muertos a causa de las infraestructuras de transporte en el estado español clasificadas por especies extraído del informe de MITECO (Ordoñez-Esparraguera, M., 2024).
El problema de fragmentación de hábitats es grave en España, donde casi una tercera parte del país está formada por espacios naturales protegidos, correspondiendo el 27% a la Red Natura 2000 según WWF (2018). Sin embargo, muchos de estos espacios permanecen aislados entre sí debido a la expansión de infraestructuras como carreteras, la deforestación y la agricultura intensiva.
Es importante señalar que de las 50 provincias del estado, Almería, Girona, Gipuzkoa, Ourense y Santa Cruz de Tenerife quedaron fuera de la recogida de datos. Sería interesante obtener datos de estas 5 regiones, sobre todo, de Santa Cruz de Tenerife, donde tienen una importante población de pequeños reptiles y anfibios en situación vulnerable. Sin conocer estos datos se hace más complejo conocer las verdaderas causas de muerte y diseñar estrategias efectivas de conservación.
Fuera del estado español el panorama es similar y los estudios de impacto de las infraestructuras en la fauna autóctona, sea urbana, rural o de parques naturales son igualmente dolorosos. Solo en las carreteras europeas se calcula que cada año mueren 194 millones de aves y unos 29 millones de mamíferos (Grilo, 2020). En Estados Unidos, se estima que más de un millón de animales pierden la vida diariamente por atropellos (Schwartz, 2018; Road Ecology Center, 2024). En Latinoamérica se han realizado recogidas de datos de diversa índole, según sus orografías y ecosistemas, siendo enfocados la mayoría de los en determinar el porcentaje de cada especie que es atropellada y en algunos casos, la implementación de medidas para evitar las muertes. En la actualidad, en Argentina se está llevado a cabo una recogida de datos muy similar a la realizada por el MITECO, con el fin de estimar las cifras reales de animales muertas a través de la Red Argentina de Monitoreo de Fauna Atropellada (RAMFA), pero aún carecemos de datos anuales. En África las principales recogidas de datos se han realizado en Madagascar, Tanzania, Uganda y Etiopía, siendo el objetivo de estos estudios mitigar los atropellos y evaluar la eficacia de las medidas aplicadas, como el estudio de Schutt (2008) en Tanzania, que comprueba el valor de los badenes en la carretera para reducir la velocidad en ciertos tramos. El trabajo concluye que el uso de badenes consigue disminuir el número de atropellos, luego es una medida eficaz a considerar.
Una masacre de insectos
El amplio taxón de los insectos es con mucho el grupo de animales que más muere golpeado por vehículos a motor, trenes y fuselaje de los aviones. Un estudio reciente de Universidad Estatal de Utah ha desvelado la magnitud real de las muertes de abejas causadas por el tráfico rodado, y estima que decenas de millones de abejas mueren cada día en las carreteras, disparándose la tasa de muertes en las vías cerca de las reservas naturales (Wilson, Portet y Mensinger, 2024).

Cabecera de un tren. Crédito imagen Atimedia
Los trabajos en Europa tienen un carácter más utilitarista, ya que pretenden evaluar cómo disminuye la población de insectos a través del decremento del número de insectos muertos en los parabrisas y carrocerías (lo llaman “efecto parabrisa”), lo cual interpretan como una señal de daño medioambiental sin dar cifras estimadas o soluciones (Hallmam et al., 2017 y Møller, 2019).
Propuestas urgentes
Muchos países ya implementan medidas para mitigar el daño que hacen las intromisiones humanas en los hábitats de miles de especies de animales. En diversas regiones de Latinoamérica y Asia, donde la fauna silvestre se ve gravemente afectada, se han aplicado medidas específicas como las pasarelas arbóreas, compuestas por doseles de ramas y cuerdas, que facilitan el paso de monos y otros mamíferos en zonas cercanas a selvas y parques naturales.

Tití León Negro utilizando la pasarela arbórea. Crédito de la imagen: Vamir/ Rocha/ UFSCar. Extraída de DCYT.
En el estado español, también se han tomado medidas para reducir los atropellos de fauna, como pasos subterráneos con barreras en las grandes autovías y largas pantallas a lo largo de las carreteras para evitar las colisiones con aves.
Sin embargo, es evidente que hacen falta otras medidas que faciliten el desplazamiento seguro de los animales y que limiten la actividad antrópica. En resumen, las medidas que desde diferentes ámbitos se proponen son:
1. Elaborar estudios de viabilidad confiables y que estos se tengan en cuenta de manera rigurosa. Esto sería, por ejemplo: no construir aeropuertos en zonas críticas de paso de aves migratorias.
2. Evitar construir una autopista donde no esté totalmente justificada su presencia y limitar el uso del vehículo privado en ciertas áreas sensibles.
3. Fomentar la creación de corredores ecológicos que conecten las áreas fragmentadas, lo que evitará que las animales crucen las carreteras o vías de tren en sus desplazamientos.
4. Construir pasos de fauna (puentes y túneles) para el cruce de carreteras o vías de tren.
5. Uso de vallas, pantallas acústicas y barreras visuales como elementos de protección y limitación de ruidos junto con alternativas de paso (puentes o túneles).
6. Reforestación de márgenes de carreteras como barrera natural.
7. Señalización específica en zonas de cruce de fauna silvestre o urbana, e iluminación específica en esas áreas con el fin de evitar atropellos nocturnos.
8. Limitar la velocidad en áreas próximas a reservas naturales o zonas en las que se tiene constancia que cruzan animales. Dotar de señales de limitación de velocidad claras y utilizar badenes con fines disuasorios.
8. Elaborar e implementar programas de educación y sensibilización, tanto en escuelas como en grupos locales, remarcando la necesidad de respetar la vida de los otros animales (cumplir los límites de velocidad, inculcar la protección y asistir a los otros animales también cuando ha ocurrido una colisión).
* Crédito de la imagen de portada, zorra sobre el asfalto: Erik Mclear (Pexels)
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Informe MITECO
Ciencia ciudadana
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