Gracias a todas las personas veganas que han leído la versión definitiva de este artículo  y han realizado aportaciones interesantes y necesarias.

Lo mismo para las ecologistas que leyeron y opinaron sobre el primer escrito, publicado en el boletín de la asociación IAEDEN- Salvem l’Empordà.

Aviso: este artículo puede herir algunas sensibilidades; de hecho puede que sea necesario. No pretende nada más que convertirse en una herramienta reflexiva, y activista, para empezar a recoger ideas, y acciones, de dos movimientos sociales que necesitan aliarse urgentemente en sus luchas para afrontar múltiples discriminaciones y acabar desarrollando un ecologismo “limpiamente antiespecista” y radical, que rompa definitivamente con el antropocentrismo y pueda crear alternativas favorables a todas las formas conscientes de vida. 

Quizás parece una tarea compleja, lo es, pero como dijo la viajera Willa Cather: “Hay cosas que se aprenden con la calma, otras durante una tormenta…”

Introducción

Cuando tenía dos añitos pedí, sin conciencia ni memoria, que quería dos tortugas de Florida. Entonces eran legales a través del injusto y lucrativo comercio de especies animales. Mi madre accedió por inconsciencia y porque nadie la había educado en términos de un pensamiento ecológico y antiespecista. De este modo aparecieron en nuestras vidas Silver y Arnold. Al principio eran pequeñas, pero a base de comida crecieron mucho y requirieron nuevas necesidades de espacio y regeneración de agua. ¿Empezaban a ser incómodas? Al cabo de unos años mi familia se había planteado soltarlas libres en el medio natural como otras personas habían hecho. Hasta que la comunidad científica y los telediarios, sorpresa, expusieron que estas tortugas eran especies alóctonas, se convierten en depredadoras de la fauna local, y por tanto era necesario que fueran recogidas y llevadas a centros especializados para que se “ocuparan” de ellas. La mayoría fueron sacrificadas y no quiero saber en qué condiciones. Nosotros no las llevamos ni las abandonamos. Aún las tenemos…

Nadie nos había avisado sobre estos inconvenientes a la hora de venderlas, y menos las empresas “especuladoras” que comercializaban con ellas. Una vez más, el principal culpable, con ánimo de lucro, salió indemne.

Lo triste es que muchos grupos ecologistas compraron este relato casi al pie de la letra, si no igual, similar…

Pero, ¿por qué? ¿No se supone que el ecologismo defiende a los animales también?

Pongamos luz a la oscuridad…

A menudo se percibe el veganismo y el ecologismo como movimientos paralelos pero incompatibles en la esencia de fondo. El ecologismo “tradicional” se fija y prioriza la conservación de especies y ecosistemas por encima del bienestar de los individuos en función de los “beneficios” o “problemas” que generen, mientras que el veganismo hace hincapié en el respeto por los individuos sintientes y con capacidad de poseer unos intereses propios (por más simples que nos parezcan; 2017). El veganismo, más que una dieta, es una ideología política y ética (Francione, 2000) que denuncia la explotación animal y la dinámica del sistema especista poniendo énfasis en que son seres sintientes que experimentan dolor y reivindica dejar de explotarlos y dotarlos del valor de ser sujetos con derechos. De ahí surge el concepto de antiespecismo, que pone énfasis en la no discriminación por especie; en la línea del antiracismo, el antimachismo, etc. (Singer, 1975). Esta tensión se expresa, por ejemplo, en el apoyo por parte del ecologismo a la ganadería extensiva, principalmente ecológica, por las supuestas funciones de limpieza de los bosques, prevención de los incendios y regeneración de los suelos. Lo mismo podemos considerar, en menor medida, sobre el uso de la caza y las prácticas de “gestión” de núcleos poblacionales de especies alóctonas, consideradas “invasoras” o “plagas, como las tortugas de Florida.

Consideramos que la perspectiva del veganismo antiespecista es incompatible con las prácticas bienestaristas, que más bien sirven para ocultar el sufrimiento que implica la explotación animal (Freixes, 2014). Aturdir cerdos en cámaras de gas de dióxido de carbono, dejar solo un metro cuadrado por algunas gallinas ponedoras, métodos de control de especies con menos “sufrimiento” o “reducción” del dolor en la experimentación animal, no son dejan de ser formas de infligir tortura y sufrimiento. El bienestar animal en contextos de explotación es un oxímoron; ante lo que cabría preguntarnos ¿Por qué gran parte del ecologismo lo acepta o confunde?

Fotografía de Aitor Garmendia de  su proyecto

Fotografía de Aitor Garmendia de su proyecto «Tras los muros» (traslosmuros.com)

Pero las supuestas diferencias comienzan a cambiar…

Solo hay que echar un vistazo a la realidad socioambiental de nuestro desdichado planeta y de nuestra desdichada civilización humana, para darnos cuenta de que ambas reivindicaciones se encuentran más cerca que nunca cuando tratamos de las causas y los efectos de la emergencia climática, la pérdida de biodiversidad, el hiperconsumismo y otras problemáticas industriales, fruto de la ganadería industrial, la pesca de arrastre y otras formas de explotación animal como la peletería, los laboratorios de experimentación animal, el testaje de cosméticos, etc. (Freixes, 2024).

La comunidad científica avala abiertamente la tesis conforme una de las principales causas de la crisis climática es la ganadería y propone que una dieta cien por cien basada en plantas ayudaría a reducir las emisiones de dióxido de carbono entre un 80-90% (Freixes, 2024).

La gran población de animales explotados cada día por el consumismo y la vorágine especista representa un número muy superior al de la población humana del planeta: cada año a nivel mundial, por ejemplo, se sacrifican unos 80.000 millones de animales de “granja”. En 2022 se mataron a 6000 millones de gallinas, 230 millones de cerdos y 22 millones de terneros en mataderos europeos (Freixes, 2024). Pensemos por un momento en todos los recursos ambientales (tierras, agua, combustibles fósiles, agricultura de monocultivos para su alimentación) que se requieren para mantener un negocio basado en el nacimiento, el engorde y el asesinato metódico y sistemático de estos seres vivos que a menudo comienzan a ser desmembrados y descuartizados cuando todavía están con vida…

La crisis climática y ecológica evidencia la necesidad de cuestionar el sistema económico capitalista y el modelo especista y antropocéntrico que la sostiene (Plumwood, 1993). Por tanto, es necesario articular un discurso común entre ecologistas y antiespecistas. O por lo menos esto sería lo más deseable y esperable si fuéramos capaces de ir a la raíz de los problemas que una parte de los humanos más privilegiados han creado…

Foto: Adam Nir (unsplash)

Foto: Adam Nir (unsplash)

El origen antropocéntrico y especista de los problemas ambientales

Los colapsos socioambientales actuales, y esto incluye la explotación animal, son consecuencia de una cosmovisión jerárquica y autoritaria que sitúa a algunos humanos, hombres blancos y normativos sobre todo, en la cima de una pirámide moral, supuestamente racional, y ecológica (Velasco, 2017). Esta visión posibilita que la quema de bosques, la sobrepesca, el cambio climático o la ganadería intensiva se conviertan en usos “racionales e inevitables” de la gestión del medio natural y las especies que forman parte.

La ganadería es responsable de un 14,5% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero (dióxido de carbono) y además contribuye notablemente a la deforestación de selvas tropicales, especialmente en la Amazonia, para plantar soja destinada a alimentar al ganado y por pastos (Freixes, 2024). La soja destinada al consumo humano implica un porcentaje mucho más reducido; por tanto, la idea de que la deforestación es culpa de las personas veganas es falsa y tendenciosa. Además, una dieta plant based también puede incluir verduras, cereales y frutas de proximidad, entre otros alimentos.

En cuanto a la ganadería extensiva, a menudo excesivamente elogiada por el movimiento ecologista, muestra ciertos problemas relacionados con la gran cantidad de tierras a destinar y el fuerte impacto en términos de recursos naturales y pérdida de biodiversidad (FAO, 2006). Además las emisiones de gases de efecto invernadero son superiores porque la vida de los animales se alarga, pero no tanto como su ciclo vital les permitiría, puesto que acaban siendo sacrificados. A menudo con muertes horribles, como se muestra en alguna investigación en mataderos ecológicos de Francia (Freixes, 2024). Por tanto, los supuestos logros ecológicos y de bienestar animal son falsos desde el punto de vista de la bioética.

La pesca es otra industria que da para hablar mucho. Cerca del 48% del plástico de los océanos proviene de residuos de la macro industria pesquera. Las piscifactorías, aparte de representar un problema de contaminación, se convierten en una forma muy clara de maltrato, ya que se tratan de macrogranjas en el mar (Freixes, 2024). La Declaración de la Consciencia en animales de Cambridge (Edelman, Koch, Low, Panksepp, Reiss & Van Swinderen, 2012) pone de manifiesto que los peces también son seres sintientes que sienten dolor y poseen intereses particulares.

Un caso extremo que hay que boicotear cueste lo que cueste es la psicopática idea de la primera granja de pulpos de Pescanova. Los pulpos y otros cefalópodos como las sepias y calamares son animales que se sabe que poseen capacidades conscientes muy desarrolladas, con una cognición  y formas comunicativas muy particulares y únicas, mostrando formas de sensibilidad elevadas a pesar de su poca vida social (Godfrey-Smith, 2017). La Declaración de Nueva York sobre la Consciencia Animal (Andrews, Birch, Sebo, & Sims, 2024) reconoce que esta existe no solo en vertebrados, sinó también, con muy alta probabilidad, en invertebrados como los cefalópodos, crustáceos e insectos.

Por tanto, si queremos salvar peces y otros seres marinos, lo mejor es, una vez más, convertirse en vegan@…

Existe la teoría de la “ciudadanía animal” (Zoopolis, Donaldson & Kymlicka, 2011) que nos recuerda que los animales no humanos también son, o deberían ser, sujetos políticos con derecho a no ser explotados ni instrumentalizados en modo alguno bajo ningún tipo de “gestión” humana. Se trata de una visión que confronta las políticas tradicionales de control de especies y otras formas de discriminación especista.

El concepto de “sujeto político” entronca con la agencia que muestran algunos animales cuando deciden resistir diversas formas de explotación: escapando de granjas y mataderos u oponiendo resistencia a ciertas prácticas de laboratorio, entre otras. Estas formas de insurrección, documentadas por la activista vegana Sarat Colling, se convierten en muestras claras de comunicación y de consciencia propia, relacionadas con sus intereses particulares totalmente contrarios a la problemática ecológica y de maltrato animal causada por el antropocentrismo (Colling, 2021).

¿Y entonces? ¿Qué es lo que provoca que una parte del movimiento ecologista se muestre ciego frente a evidencias tan claras? La clave debemos buscarla en el hecho de formar parte de una sociedad especista y capitalista que utiliza formas, a menudo extremas, de disonancia cognitiva para justificar lo que, por otra parte, sería injustificable…

Fotografía de © Markus Spiske

Fotografía de © Markus Spiske

La disonancia cognitiva en el movimiento ecologista

Ésta es la principal barrera significativa para alcanzar un ecologismo antiespecista y radical. Ocurre entre el respeto a la vida como principio elemental, y su aplicación selectiva en función de qué especie, función o explotación “necesaria” ocurra. Cuántas veces se ha dicho, principalmente desde postulados ecofeministas, lo de “poner la vida en el centro” y después observamos cómo muchos ecologistas defienden la caza o el pastoreo, relacionado con la ganadería, para mantener los ecosistemas y obviando el sufrimiento y la conciencia animal. Esta incoherencia no deja de reflejar, de nuevo, la tensión entre el conservacionismo ecologista clásico y las propuestas más recientes de “conservación compasiva” (Bekoff, 2013), que reconocen la importancia del bienestar individual, y la capacidad de sentir consciente de los individuos dentro de los ecosistemas. Tal y como apunta la psicóloga Melanie Joy, nuestra tendencia a querer justificar la explotación animal responde a esquemas culturales que sólo invisibilizan el sufrimiento animal para mantener vigente el statu quo del sistema especista y otros mecanismos mentales de discriminación en un mundo profundamente desigual (Joy, 2010).

Esta disonancia cognitiva, además, se relaciona con el concepto feminista de “referente ausente”, desarrollado por Carol J. Adams. Esta explica cómo el proceso de sexualización del cuerpo femenino en una sociedad machista mantiene similitudes con el proceso de desmembración y despersonalización de los cuerpos de los animales explotados. De esta forma las mujeres y los animales no humanos son convertidos en objetos explotables y se convierten en ausentes, de forma simbólica, por parte de los miembros más privilegiados de la sociedad que no sienten remordimientos como tal (Adams, 2016)- Huelga decir que mayoritariamente son hombres, a los que se asocia la falsa necesidad del consumo de carne para mantener su statu quo y su masculinidad hegemónica. Un apunte significativo: mi hermano no  pudo evitar poner los nombres de Arnold y Silver a las tortugas de Florida, sin conocer su sexo, en referencia a Arnold Schwarzenegger y Silvester Stallone. Ya lo veis: figuras hipermasculinizadas.

Esta es una pincelada a las posibles causas de la ceguera especista del movimiento ecologista. Es necesaria mucha más investigación y reflexión alrededor, y sobre todo empezar a generar prácticas y modelos alternativos. A continuación se muestran algunos. No son más que un punto de partida insuficiente, pero necesario.

Y es que… «Hacen falta las tinieblas para comprender las razones de la claridad…»

Fotografía de © Kaboompics.com

Fotografía de © Kaboompics.com

Alternativas antiespecistas

Permacultura y agricultura vegana

La permacultura vegana es una forma particular de alternativa agrícola vegetal que evita la dependencia de animales, y su explotación, y en la que la regeneración del suelo y la producción de alimentos se basan en patrones ecológicos naturales (Fairlie, 2010). Esto reduce la huella ecológica, al requerir menos recursos, eliminando el sufrimiento animal, contribuyendo a mitigar el cambio climático y a la vez posibilita formas de alcanzar una plena soberanía alimentaria de forma justa para todas las personas y especies conscientes. Relacionada con ésta encontramos la siguiente alternativa, llamada “rewilding” o re-silvestrar…

Rewilding y reservas de fauna sin explotación

El llamado rewilding y las reservas naturales de fauna pueden plantearse, y es necesario hacerlo, desde una perspectiva antiespecista, que garantice que los animales vivan libremente, sin ser explotados como “gestores del territorio”, y permitiendo sus formas naturales y conscientes de habitar el entorno ambiental. Vacas, ovejas, cabras y otros animales históricamente explotad@s por la ganadería extensiva podrían pastar libremente y  sin maltrato, recibiendo los cuidados necesarios: físicos y etológicos. Esta visión coincide con la propuesta de Donaldson y Kymlicka (2011) de reconocer a su ciudadanía como agentes ecológicos y sus derechos particulares a la autodeterminación en su entorno natural.

Esta alternativa resulta particularmente interesante si nos enfocamos en los Santuarios animales donde viven aquellos seres que han tenido la suerte de ser encontrados, después de escaparse por ell@s mism@s o en una acción de rescate. Es una necesidad que el activismo les apoye íntegramente, tanto en lo que se refiere a tareas profesionales como económicamente, y sobre todo reivindicando un estatus propio legal que les otorgue agencia propia y la posibilidad de recibir un trato más justo por parte de las administraciones y la sociedad en general. 

Repensar las especies alóctonas

El tratamiento hacia las llamadas especies alóctonas con frecuencia recurre al uso de métodos crueles, a menudo ligados a la economía de costes y beneficios, que olvidan la profunda responsabilidad humana en su introducción en el territorio pertinente. Tal y como se expone en Zoopolis, estas especies merecen ser vistas como “inmigrantes involuntari@s”, con derecho a vivir dignamente, y no como enemigos a exterminar. Un ejemplo muy evidente es el de los visones americanos que fueron esclavizados y torturados en granjas donde se les mataba cruelmente por su piel. Varios ejemplares pudieron escapar (¿quién no lo haría?). Otr@s fueron rescatad@s y liberad@s por activistas. No hace falta que diga a quien se culpó del impacto en el medio natural, ¿verdad? Una anécdota significativa: en los paneles de identificación de mamíferos del Parc Natural dels  Aiguamolls de l’Alt Empordà siempre se habla del visón americano como una “especie foránea que ha invadido nuestros ecosistemas”. Una vez más los negocios lucrativos, profundamente contaminantes e injustos, vuelven a salir indemnes. Esperemos que algún día se derrumben… ¿no?

Mientras, existen alternativas no letales como la gestión reproductiva, con formas anticonceptivas, así como otras formas más coherentes con un ecologismo compasivo que entienda la necesidad de reparar los daños causados por el antropocentrismo y la avaricia del capital.

Fotografía Poldy Chromos (Pixabay)

Fotografía Poldy Chromos (Pixabay)

Conclusiones: hacia un ecologismo compasivo, radical y antiespecista

Dado que las distintas formas de explotación animal (intensiva, extensiva u otras) involucran la instrumentalización y el sufrimiento de seres sintientes, apelamos a que los movimientos ecologistas incorporen la sintiencia animal como un principio básico más. La teoría feminista ecofilosófica (Velasco, 2017) nos recuerda, de nuevo, que la dominación de la naturaleza y de los animales no humanos que la habitan tiene raíces comunes con otras opresiones injustas. Resulta oportuno aquí, hacer una crítica sobre aquellas posturas antiespecistas, que solo muestran preocupación por los animales no humanos y omiten tanto las problemáticas ecológicas como las sociales. El veganismo requiere adoptar una perspectiva interseccional que incluya a todas las opresiones: tanto animales como humanas. 

Un ejemplo muy claro, y tristemente actual, sería el de olvidar el genocidio de Gaza, con las muertes de personas inocentes y también de  animales en refugios y comunidades, así como la destrucción de tierras palestinas  y privatización de bienes comunes como el agua. Israel utiliza formas de “greenwashing” y “veganwashing” para mostrar respetabilidad; sin embargo, en Palestina también existen personas veganas comprometidas  y santuarios animales que realizan una labor destacable. Las causas sociales se encuentran interrelacionadas con la opresión animal.

Como decía una prolífica pancarta en el festival pacifista de Woodstock del año 1969: Love your animal friends, don’t eat them. Y podríamos añadir: don’t use them. Quizá no sea el camino más fácil, pero sin duda sería más justo con los demás animales y las personas.

Fotografía de © Alfo Medeiros

Fotografía de © Alfo Medeiros

Para ello es necesario seguir desarrollando más prácticas compasivas que incluyan tanto la teoría política crítica como la ecología aplicada, de acuerdo con nuevas formas de investigación interdisciplinaria que evalúen sus impactos ecológicos, sociales y éticos. Un reto importante a tener en cuenta es la resistencia cultural e institucional al cambio, que requerirá educación crítica para transformar las conciencias y mucha imaginación para facilitar políticas públicas innovadoras y una óptima colaboración entre movimientos sociales diversos, sean veganos y ecologistas o no. También es necesario explorar cómo integrar y mejorar los derechos de los animales dentro de los marcos legales de conservación, inspirándose en propuestas y acciones hechas por campañas de grupos veganos y antiespecistas. La investigación futura tendrá que abordar cuestiones prácticas, como la viabilidad de la permacultura vegana a gran escala e inmersa en un sistema económico postcapitalista y en plena sintonía con los límites planetarios.

En definitiva, el diálogo entre ecologismo y veganismo debe continuar para encontrar soluciones valientes y éticas ante la crisis global. La lucha por la justicia climática es posiblemente la alianza interespecie más importante a tener en cuenta.

Nos va nuestra supervivencia en ello; y puesto que nos las damos de ser la especie más evolucionada, cosa que no es así, quizá fuera bueno transitar por caminos más compasivos, justos y bioéticos.

Defender firmemente los derechos de los animales no-humanos seguro que nos ayudará en este propósito…

Aunque solo fuera por ser mejor persona y ecologista, hace algunos años me hice vegano. Pero sobre todo me dí cuenta de que lo hice para ayudar a animales, como las tortugas “invasoras” de Florida Arnold y Silver, que no tenían la culpa de nada y aún así,  demasiado que lo pagaron…

Si hay alguien con quien debería ajustarse cuentas, es con las élites de siempre y sus odiosos privilegios de especie y capitalistas, que depredan tierras y contaminan océanos.

Si queremos ser radicales es necesario ir a la raíz de los problemas.

Bibliografía

Adams, Carol J. (2016). La política sexual de la carne. Ochodoscuatro ediciones.

Andrews, K., Birch, J., Sebo, J., and Sims, T. (2024) Background to the New York Declaration on Animal Consciousness. nydeclaration.com.

Bekoff, M. (2013). Ignoring nature no more: The case for compassionate conservation. University of Chicago Press.

Colling, S. (2021). Insurrección animal. Historias extraordinarias de rebelión y resistencia en la era del capitalismo global. Errata Naturae

Donaldson, S., & Kymlicka, W. (2011). Zoopolis: A political theory of animal rights. Oxford University Press.

Edelman, D; Koch, C; Low, P; Panksepp, J; Reiss, D and Van Swinderen, B. (2012). Cambridge Declaration on Consciousness. Cambridge University.

FAO. (2006). Livestock’s long shadow: Environmental issues and options. Food and Agriculture Organization of the United Nations.

Fairlie, S. (2010). Meat: A benign extravagance. Permanente Publications.

Francione, GL (2000). Introduction to animal rights: Your child or the dog?Templo University Press.

Frejas, Ll. (2024). Sedició a la granja; Una defensa dels animales i del planeta. Ahora Libros.

Godfrey-Smith, P. (2017). Otras mentes; el pulpo, el mar y los orígenes profundos de la conciencia. Tauro

Joy, M. (2010). Why we love dogs, eat pigs, and wear cows: An introduction to carnism. Conari Press.

Plumwood, V. (1993). Feminism and the mastery of nature. Routledge.

Regan, T. (2004). The case for animal rights (2nd ed.) University of California Press.

Singer, P. (1975). Animal liberation. HarperCollins.

Velasco, Á. (2017). Feminismo y ecología: Claves para un ecofeminismo crítico. Editorial Cátedra.

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